UN CRIMEN
ABOMINABLE
por
Alberto M. Sánchez
Hace
algunos años, dictando clases de Derecho Social en los claustros universitarios,
propuse a mis alumnos una metodología de trabajo algo curiosa, sobre diversos
temas. Yo les planteaba una hipótesis y ellos debían responder por escrito, en
un par de minutos, qué harían en ese caso. La primera hipótesis era: “Una íntima
amiga suya que está embarazada acaba de recibir, luego de una ecografía, la
noticia de que el hijo que lleva en sus entrañas nacerá con graves
malformaciones. ¿Qué le diría?”. Los alumnos contestaron y entregaron sus
respuestas. La segunda hipótesis era: “Una íntima amiga suya acaba de tener un
bebé con graves malformaciones. ¿Qué le diría?”. Nuevamente, los alumnos
contestaron y entregaron sus respuestas. Cuando procesamos las mismas advertimos
que, respecto de la primera pregunta algunos (alrededor del 15%) habían
contestado que sugerirían un aborto, mientras que ninguno había aconsejado, en
el segundo caso, matar al bebé nacido con malformaciones. Pregunté entonces si
alguien podía explicarme porqué en un caso se optaba por eliminar la vida humana
y porqué en el otro no. Los alumnos –todos- se refugiaron en el silencio,
buscando una respuesta aceptable que jamás llegó.
Ese
episodio dejó en mí una huella profunda. Entendí que parte del problema era que
no todos entendían que el niño aún no nacido es precisamente un niño, una
persona como cualesquiera de nosotros, un ser humano que contiene todas y cada
una de las características genéticas y que sólo necesita desarrollo. La pregunta
crucial acá es: ¿Qué cambia esencialmente en ese niño desde el día en que fue
concebido hasta el día de su nacimiento?
Hay
gente que si no ve al bebé recién nacido no ve la vida humana. Bernard Nathanson
era una de esas personas. Dirigió, a partir de 1971, la Clínica de abortos más
importante del mundo, en E.E.U.U. Un día decidió filmar un aborto para
perfeccionar luego la técnica. Cuando vio el video entendió. Lo que vio en ese
momento fue al niño que antes no había visto, intentando en vano defenderse de
la agresión salvaje que lo llevó a la muerte. Lo que vio fue un vientre materno
convertido en una cámara de exterminio. Lo que vio fue sus propias manos
cometiendo el peor de los homicidios. Cuando Nathanson vio todo se convirtió en
uno de los más encendidos adalides pro-vida del mundo, escribió el libro “Yo
practiqué 5.000 abortos” y dedicó el resto de su vida a luchar contra este
flagelo que averguenza a la humanidad. Nos relata: “Fui uno de los fundadores de
la organización más importante que ‘vendía’ el aborto al pueblo
estadounidense... Nos sirvieron de base dos grandes mentiras: la falsificación
de estadísticas y encuestas que decíamos haber hecho, y la elección de una
víctima, para achacarle el mal de que en E.E.U.U. no se aprobara el aborto. Esa
víctima fue la Iglesia Católica, o mejor dicho, su jerarquía de obispos y
cardenales ... Como Jefe de Departamento, tengo que confesar que se practicaron
60.000 abortos bajo mis órdenes y unos 5.000 fueron hechos personalmente por
mí”.
Pero
Nathanson hizo algo más importante aún para los que necesitan ver. Editó el
video “El grito silencioso”, que muestra aquel homicidio que cometiera con sus
propias manos, como un legado de lo que el hombre es capaz de hacer en la cima
de la barbarie.
Si
usted no vio el video y necesita ver, véalo. Debiera ser obligatorio para todo
médico que practica un aborto, para aquellos que les proveen los insumos para
practicarlos, para cada Ministro que lo recomienda por “motivos sanitarios”,
para cada defensor/a del falso “derecho a usar del propio cuerpo”. Y
fundamentalmente para cada madre que elige el aborto, para cada madre que opta
por “sacarse esa cosa” que le complica la vida, porque es soltera, porque es
casada, porque es adolescente, porque ya tiene muchos hijos, porque es pobre o,
simplemente, porque se le da la gana en ejercicio del inexistente “derecho a
usar el propio cuerpo”.
Si
todos ellos ven el video, van a observar a un niño que, desesperadamente,
intenta evitar, sin conseguirlo, su propia ejecución, culpable del delito de “no
ser deseado”. Pocos segundos antes lo verán plácidamente instalado en el
santuario de su seno materno, a una temperatura ideal, flotando libremente,
chupándose el dedito pulgar, absolutamente seguro. Luego, durante su ejecución,
lo verán moviéndose agitadamente de un lado al otro del útero, elevando su ritmo
cardíaco de 140 a 200 pulsaciones, abriendo la boca en un grito silencioso de
auxilio que jamás llegará. Y verán, finalmente los resultados del abominable
crimen: un niño succionado del vientre materno, parte por parte de su
cuerpecito.
Si
usted necesita ver todo esto para convencerse, véalo en su propia computadora
ingresando, por ejemplo, a
http://noalaborto.8m.com/favorite_links.html
LA CULTURA DE LA
MUERTE
Más
de un millón seiscientos mil abortos quirúrgicos se practican en EE.UU. cada
año, esto es, más de cuatro mil por día. Por cada tres niños que son concebidos,
uno muere a causa del aborto. El 92% de todos estos abortos son por razones que
no están relacionadas con la violación, el incesto o la protección de la salud
de la madre. En esta nación se ha matado a más de 30 millones de niños no
nacidos desde el 1973, año en que el Tribunal Supremo legalizó el aborto. Esto
es 20 veces más que el número de estadounidenses que murió en la guerra civil,
las dos guerras mundiales y en la de Vietnam, combinadas (C.f.r. Human Life
International).
El
negocio del homicidio en el vientre materno reporta, sólo en los E.E.U.U., 600
millones de dólares anuales, de los que el 90% va al bolsillo de los médicos
abortistas.
Hoy
comienzan a alzarse voces que nos invitan a sumarnos a este genocidio con
diversas y pueriles excusas. La más patética de ellas es “la defensa de la vida
de la madre”. Hagamos el aborto seguro para proteger la vida de la madre, nos
dicen. Dejando de lado las trampas del lenguaje, lo que nos proponen es:
“brindemos a la madre un lugar seguro para que asesine a su propio hijo
corriendo menos riesgos”.
Los
partidarios de este genocidio acusan a los defensores de la vida de hacer
“moralina”, que quiere decir “moral falsa”. ¿Hay acaso moral más falsa,
hipócrita y mendaz que asesinar niños con el pretexto de cuidar la salud de su
propia madre? ¿Hay acaso moral más falsa e hipócrita que la que afirma que esto
es solución para la gente “de escasos recursos” cuando no se proponen al mismo
tiempo las medidas educativas, sociales y económicas para que la población no
viva bajo el umbral de la pobreza? ¿Hay acaso moral más falsa e hipócrita que la
que se ocupa sólo de las consecuencias y se desentiende de las causas? ¿Hay
acaso moral más falsa e hipócrita que penar el homicidio cometido contra un
adulto y despenalizar el llevado a cabo contra un niño indefenso? ¿Hay acaso
moral más falsa e hipócrita que la que propone el aborto sin explicarle a la
madre que lo que se va a producir es el homicidio de su propio hijo, despedazado
en su propio vientre y succionado por partes?
También
se acusa a los defensores de la vida de “evadirse de la realidad”, cuando es
precisamente lo contrario. Ante la realidad de la proliferación del aborto, los
defensores de la vida lo combaten, no lo legalizan. ¿Es que acaso vamos a
legalizar la droga porque cada vez se consume más? ¿Es que vamos a legalizar las
violaciones y los hurtos porque cada vez se cometen más? La única evasión de la
realidad es la que protagonizan los partidarios del genocidio del aborto, que
omiten hablar y pensar en que lo que destruyen es una vida humana, único modo de
intentar acallar sus conciencias, alteradas por tantos gritos
silenciosos.
La
Madre Teresa de Calcuta dijo en la Universidad de Lovaina que “cuando en una
sociedad la mujer es autorizada a suprimir su propio hijo, ¡todo es posible!”.
La Argentina ha sido un bastión en la defensa de la vida humana, Ha combatido la
idea del aborto en todas las Conferencias de Naciones Unidas. Hizo una reserva
en la Convención Internacional de los Derechos del Niño en el sentido de que
para nuestro país el niño es tal desde la concepción en el seno materno. Su
legislación combate el aborto y lo pena como delito, además de definir la vida
humana a partir de la concepción en el seno materno.
Sin
embargo, hoy se nos invita a sumarnos al genocidio, a desplegar la pingüe
industria de la muerte de los niños indefensos. Espero, como argentino y como
padre de familia, que estemos a la altura de las circunstancias y que cada uno
de los que ama la vida comience, desde hoy mismo, donde esté, como sea, a luchar
contra la cultura de la muerte.
Protejamos
la vida, precioso don de Dios, y protejamos a nuestros niños, sobre todo a los
más indefensos, viendo en ellos a nuestro propio pasado de niños, a nuestro
presente de ternura e inocencia y a nuestro futuro de nación madura y
testimoniante del amor por nuestros hijos.