La ONU y
la globalización
por Michel
Schooyans
Un análisis sobre lo que
suponen los proyectos de unificación política, integración económica, la
Globalización y el holismo, la «Carta de la Tierra», las religiones y
el globalismo, el pacto económico mundial, los proyectos para un sistema de
derecho internacional positivo y la pretensión de una «gobernancia»
global
Los términos
«mundialización» y «globalización» son hoy en día parte del vocabulario
corriente. Ambos conceptos se utilizan indistintamente para indicar que, en
escala mundial, los intercambios se multiplicaron rápidamente, lo que se hace
evidente en los sectores científicos, técnicos y culturales. La multiplicación
de intercambios se tornó posible gracias a sistemas de comunicación más rápidos
y eficaces.
Dentro de este primer
sentido corriente, los términos mundialización y globalización evocan la
interdependencia de las sociedades humanas. Una crisis económica en los Estados
Unidos, decisiones de la OPEP sobre el precio del petróleo, las tensiones entre
palestinos e israelíes --para citar apenas algunos ejemplos-- tienen
repercusiones de carácter mundial. Nos vemos comprometidos, interpelados e
incluso afectados por catástrofes que pasan lejos de nosotros, sentimos nuestra
responsabilidad frente al hambre y la enfermedad en todo el
mundo.
Las propias religiones
dialogan intensamente. Inclusive dentro de la Iglesia católica, las
comunicaciones se intensificaron.
Adquirimos así una aguda
conciencia de que pertenecemos a la comunidad humana. En este primer sentido,
habitual, hablamos de «integración». En lenguaje común se dice que «las
distancias no cuentan más», que «los viajes aproximan a los hombres», que «el
mundo se convirtió en una aldea».
El mundo tiende a una
mayor unidad. En principio deberíamos alegrarnos. Es natural que la nueva
situación lleve a que se consideren nuevas estructuras políticas y económicas
que procuren brindar respuesta a nuevas necesidades. Sin embargo, ello no puede
realizarse a cualquier precio y de cualquier manera (1).
Unificación política,
integración económica
Desde hace algunos años,
el sentido de las palabras mundialización y globalización se hizo un poco más
preciso. Por mundialización, se entiende ahora, la tendencia que lleva a la
organización de un único gobierno mundial. El acento se coloca sobre la
dimensión política de la unificación del mundo. En su forma actual, tal
tendencia fue desarrollada por diversas corrientes estudiadas por los
internacionalistas (2). En esta línea de pensamiento basta citar dos ejemplos.
El primer modelo remonta al final de los años 60 y es de autoría de Zbigniev
Brzezinski (3). Según esta visión, Estados Unidos debe reformular su tradicional
mesianismo y asumir la conducción mundial. Deben organizar las sociedades
políticas particulares tomando en cuenta una tipología que las clasifica en tres
categorías según su grado de desarrollo. La mundialización se define aquí a
partir de un proyecto hegemónico con una disyuntiva esencial: imponer la Pax
americana o sumergirse en el caos.
Al final de los años
ochenta surge otro proyecto mundialista, del cual Billy Brandt es uno de los
principales artesanos. El Norte (desarrollado) y el Sur (en desarrollo) necesitan uno del
otro; sus intereses son recíprocos. Resulta urgente tomar nuevas medidas
internacionales para superar el abismo que los separa. Dichas iniciativas deben
ser tomadas en el plano político; deben incidir prioritariamente sobre el
sistema monetario, el desarme, el hambre. Según el «programa de supervivencia»
del informe Brandt, es preciso crear «un mecanismo de vigilancia de alto nivel»
que tendría por principal misión tornar a la ONU más eficaz, así como consolidar
el consenso que la caracteriza (4). El concepto de mundialización que aparece
aquí no se vincula de manera alguna a un proyecto hegemónico. Se sitúa en la
tradición de la «internacional socialista». Sin duda, no se llega a recomendar
la supresión de los Estados, pero la soberanía de estos debería limitarse y
colocarse bajo el control de un poder mundial, si queremos garantizar la
supervivencia de la humanidad.
Al mismo tiempo en que el
término «mundialización» adquiere una connotación esencialmente política, la
palabra globalización adquiere una connotación fundamentalmente económica. La
multiplicación de los intercambios y la mejora de las comunicaciones
internacionales estimulan a hablar de una integración de los agentes económicos
a nivel mundial. Las diversas actividades económicas serían divididas entre los
diferentes Estados o regiones. El trabajo sería dividido: a unos les
corresponderían, por ejemplo, las tareas de extracción, a otros, aquellas de
transformación. Finalmente, en la cúspide del sistema de toma de decisiones, se
encontrarían aquellos avocados a las tareas de producción tecnológica y de
coordinación mundial. Dicha visión de la globalización es francamente liberal.
Sin embargo, con una cierta reserva: aunque sean preconizadas de manera amplia
la libre circulación de bienes y capitales, lo mismo no se da con respecto a la
libre circulación de personas (5).
Globalización y
holismo
En los documentos
recientes de la ONU, el tema de la globalización surge con más frecuencia que el
de la mundialización, no obstante ambos conceptos no son contradictorios ni
compiten entre sí.
La ONU incorpora las
concepciones corrientes que acabamos de mencionar. Sin embargo, aprovecha la
percepción favorable a la actual concepción de la globalización para someter esa
palabra a una alteración semántica. La globalización es reinterpretada a la luz
de una nueva visión del mundo y del
lugar del hombre en el
mundo. Esta nueva visión se denomina «holismo». Esta palabra, de origen griego,
significa que el mundo constituye un todo, dotado de más realidad y más valor
que las partes que lo componen. En ese todo, el surgimiento del hombre no es más
que un avatar en la evolución de la materia. El destino inexorable
del hombre es la muerte, desaparecer en la Madre-Tierra, de donde
nació.
El gran todo, llamémoslo
así para simplificar, la Madre-Tierra, o Gaia, trasciende por lo tanto al
hombre. Este debe doblarse a los imperativos de la ecología, a las conveniencias
de la Naturaleza.
La persona no solamente debe aceptar no destacarse más en el
medio ambiente; sino que debe también aceptar no ser más el centro del mundo. Según
dicha lectura, la ley «natural» no es más aquella escrita en su inteligencia y
en su corazón; es la ley implacable y violenta que la Naturaleza impone al
hombre. La Vulgata ecológica presenta al hombre como un predador, y como toda
población de predadores, la población humana debe, de acuerdo con esta
concepción, ser contenida dentro de los límites de un desarrollo sustentable. La
persona, por lo tanto, no sólo debe aceptar sacrificarse hoy a los imperativos
de Madre-Gaia, sino que también debe aceptar sacrificarse a los imperativos de
los tiempos venideros.
La
«Carta de la
Tierra»
La ONU está en proceso de
elaborar un documento muy importante sistematizando esa interpretación holística
de la globalización.
Se trata de la
«Carta de la Tierra», de la cual innumerables borradores ya
fueron divulgados y cuya redacción se encuentra en fase final. Dicho documento
sería invocado no sólo para superar a la «Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948», sino también, según algunos, para reemplazar
al propio Decálogo.
Veamos, a título de
ejemplo, algunos extractos de dicha Carta:
Nos encontramos en un
momento crítico de la historia de la Tierra, el momento de escoger su destino...
Debemos unirnos para fundar una sociedad global durable, fundada en el respeto a
la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la
cultura de la paz...
La humanidad es parte de
un vasto universo evolutivo... El medio ambiente global, con sus recursos
finitos, es una preocupación común a todos los pueblos. La protección de la
vitalidad, de la diversidad y de la belleza de la Tierra es un deber
sagrado...
Un aumento sin
precedentes de la población humana sobrecargó los sistemas económicos y
sociales...
En consecuencia, nuestra
opción es formar una sociedad global para cuidar de la Tierra y cuidarnos los
unos a los otros o exponernos al riesgo de destruirnos a nosotros mismos y
destruir la diversidad de vida...
Precisamos con urgencia
de una visión compartida respecto de los valores básicos que ofrezcan un
fundamento ético a la comunidad mundial emergente...
Las religiones y el
globalismo
Para consolidar dicha
visión holística del globalismo, deben ser aplanados algunos obstáculos y
elaborados ciertos instrumentos.
Las religiones en
general, y en primer lugar la religión católica, figuran entre los obstáculos
que se deben neutralizar. Fue con ese objetivo que se organizó, dentro del marco
de las celebraciones del milenio en septiembre del 2000, la Cumbre de líderes
espirituales y religiosos. Se busca lanzar la
«Iniciativa unida de las
religiones» que tiene entre sus objetivos velar por la salud de la Tierra y de
todos los seres vivos. Fuertemente influenciado por la New Age, dicho proyecto apunta a la
creación de una nueva religión mundial única, lo que implicaría inmediatamente
la prohibición a todas las otras religiones de hacer proselitismo. Según la ONU,
la globalización no debe envolver apenas las esferas de la política, de la
economía, del derecho; debe envolver el alma global. Representando a
la Santa
Sede, el Cardenal Arinze no aceptó firmar el documento final,
que colocaba a todas las religiones en un mismo pie de igualdad
(6).
El pacto económico
mundial
Entre los numerosos
instrumentos elaborados por la ONU respecto de la globalización, merece ser
mencionado aquí el «Pacto mundial». En su discurso de apertura al Forum del
Milenio, el Sr. Kofi Annan retomó la invitación que dirigiera en 1999 al Forum
económico de Davos. Proponía «la adhesión a ciertos valores esenciales en los
ámbitos de las normas de trabajo, de los derechos humanos y del medio ambiente».
El Secretario General garantizaba que de esa manera se reducirían los efectos
negativos de la
globalización. Más precisamente, según Annan, para superar el
abismo entre el Norte y el
Sur, la ONU debería hacer un amplio llamado al sector privado.
Se procuraba obtener la adhesión a ese pacto de un gran número de actores
económicos y sociales: compañías, hombres de negocios, sindicatos,
Organizaciones de la sociedad civil.
Dicho «Global Compact», o
«Pacto mundial», sería una necesidad para regular los mercados mundiales, para
ampliar el acceso a las tecnologías vitales, para distribuir la información y el
saber, para divulgar los cuidados básicos en materia de salud, etc. Dicho pacto
ya recibió numerosos apoyos, entre otros, de la Shell, de Ted Turner,
propietario de la CNN, de Hill Gates e incluso de numerosos sindicatos
internacionales.
El «Pacto mundial»
suscita, es obvio, grandes interrogantes. ¿Será que podremos contar con las
grandes compañías mundiales para resolver los problemas que ellas hubieran
podido contribuir a resolver hace mucho tiempo si lo hubiesen deseado? ¿La
multiplicación de los intercambios económicos internacionales justifica la
instauración progresiva de una autoridad centralizada, llamada a regir la
actividad económica mundial? ¿De qué libertad gozarán las organizaciones
sindicales si las legislaciones laborales, incorporadas al derecho
internacional, deben someterse a los «imperativos» económicos «globales»? ¿Qué
poder de intervención tendrán los gobiernos de los Estados soberanos para actuar
en nombre de la justicia, en las cuestiones económicas, monetarias y sociales?
Aún más grave: a la luz de la precariedad financiera de la ONU, ¿no se corre el
riesgo de que dicha organización sea víctima de una tentativa de compra por
parte de un consorcio de grandes compañías mundiales?
Un proyecto político
servido por el derecho
Sin embargo,
es en el plano
político y jurídico que el proyecto onusiano de la globalización se hace más
inquietante. En la medida en que la ONU, influenciada por la New Age, desarrolla una
visión materialista, estrictamente evolucionista del hombre, desactiva la
concepción realista que está subyacente en la «Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948». Según esta visión materialista, el hombre,
pura materia, es definitivamente incapaz de descubrir la verdad sobre sí mismo o
sobre el sentido de su vida. De esta forma es reducido al agnosticismo de
principio, al escepticismo y al relativismo moral. Los ¿por qué? no tienen
sentido alguno; sólo importan los ¿cómo?
La
«Declaración» de 1948 presentaba la
prodigiosa originalidad de fundar las nuevas relaciones internacionales
en la extensión universal de los derechos humanos. Tal debería ser el fundamento
de la paz y del desarrollo. Tal debería ser la base legitimando la existencia y
justificando la misión de la ONU. El orden mundial debería ser edificado sobre
verdades fundadoras, reconocidas por todos, protegidas y promovidas
progresivamente a través de la legislación de todos los
Estados.
La ONU hoy desactivó esas
referencias fundadoras. Hoy los derechos humanos no están más fundados en una
verdad que se impone a todos y es por todos libremente reconocida: la igual
dignidad de todos los hombres. De aquí en adelante los derechos humanos son el
resultado de procedimientos consensuales. Se argumenta que no somos capaces de
alcanzar la verdad respecto de la persona, y que inclusive dicha verdad no es
accesible o no existe. Debemos entonces entrar en acuerdo, y decidir, por un
acto de pura voluntad, cuál es la conducta justa, ya que las necesidades de
acción nos apremian. Pero no decidiremos refiriéndonos a valores que se nos
imponen por la simple fuerza de su verdad. Vamos a comprometernos en un
procedimiento de discusión y, después de escuchar la opinión de cada uno,
adoptaremos una decisión. Esta decisión será considerada justa porque es el
resultado efectivo del procedimiento consensual. Se reconoce aquí la influencia
de John Rawls.
Los «nuevos derechos
humanos», según la ONU actual, surgirán a partir de procedimientos consensuales
que pueden ser reactivados indefinidamente. No son más la expresión de una
verdad inherente a la persona; son la expresión de la voluntad de aquellos que
deciden. De aquí en adelante, mediante tal procedimiento, cualquier cosa podrá
ser presentada como «nuevo derecho» de la persona: derecho a uniones sexuales
diversas, al repudio, a hogares monoparentales, a la eutanasia, mientras se
aguarda el infanticidio, ya practicado, la eliminación de deficientes físicos,
los programas eugenésicos, etc. Es por dicha razón que en las asambleas
internacionales organizadas por la ONU, los funcionarios de esta organización se
empeñan en llegar al consenso. De hecho, una vez adquirido, el consenso es invocado para hacer que se
adopten convenciones internacionales que adquieren fuerza de ley en los Estados
que las ratifican.
Un sistema de derecho
internacional positivo
Ese es el núcleo del
problema colocado por la globalización según la ONU. A través de sus convenciones o de
sus tratados normativos, esta organización está dispuesta a articular un sistema
de derecho supra-estatal, puramente positivo, que lleva una fuerte influencia de
Kelsen (7). El objeto del derecho no es más la justicia sino la ley. Una tendencia
fundamental se observa cada vez más: las normas de los derechos estatales no son
válidas si no son validadas por el derecho supra-estatal. Como Kelsen anticipara
en su célebre Teoría pura, el poder de la ONU se concentra de manera
piramidal.
Todos, individuos o
Estados deben obedecer la norma fundamental surgida de la voluntad de aquellos
que definen el derecho internacional. Dicho derecho internacional puramente
positivo, libre de toda referencia a la declaración de 1948, es el instrumento
utilizado por la ONU para imponer al mundo la visión de la globalización que
debería permitirle colocarse como superestado.
Un tribunal penal
internacional
Al controlar el derecho
--colocándose, de manera definitiva, como la única fuente del derecho y pudiendo
a todo momento verificar si ese derecho es respetado por las instancias
ejecutivas--, la ONU entroniza un sistema de pensamiento único. Se constituye
entonces un tribunal tallado para su sed de poder. De esta manera, crímenes
contra los «nuevos derechos» del hombre podrían ser juzgados por la Corte Penal
Internacional, fundada en Roma en 1998. Por ejemplo, en el caso
en que el aborto no fuera legalizado en un determinado Estado, este último
podría ser excluido de la «sociedad global»; en el caso en que un grupo
religioso se opusiese a la homosexualidad, o a la eutanasia, dicho grupo podría
ser condenado por la Corte Penal
Internacional por atentar contra los «nuevos derechos
humanos».
La «gobernancia»
global
Estamos, por lo tanto,
frente a un proyecto gigantesco, que ambiciona realizar la utopía de Kelsen, con
el objeto de «legitimar» y montar un gobierno mundial único, en el cual las
agencias de la ONU podrían transformarse en ministerios. Es urgente --nos
aseguran-- crear un nuevo orden mundial, político y legal, y es preciso apurarse
para encontrar los fondos para ejecutar el proyecto.
Dicha gobernancia mundial
ya fue desarrollada en el informe del PNUD de 1994. El texto, escrito ha pedido
del PNUD por Jean Tinbergen, premio Nobel de economía (1969), evidencia ser un
documento encomendado por y para la ONU. Citamos a continuación
algunos extractos.8
Los problemas de la
humanidad ya no pueden ser más resueltos por los gobiernos nacionales. De lo que
necesitamos es de
un gobierno mundial.
La mejor manera de
conseguirlo es reforzar
el sistema de las Naciones Unidas. En ciertos casos eso
significaría la necesidad de cambiar el papel de las agencias de las Naciones
Unidas, que de consultivas pasarían a ser ejecutivas. Así, por ejemplo, la FAO
se transformaría en el Ministerio
Mundial de la
Agricultura; UNIDO se tornaría en el Ministerio Mundial de la Industria, e ILO
en el Ministerio Mundial de Asuntos Sociales.
En otros casos, serían
necesarias instituciones completamente nuevas. Estas podrían incluir, por
ejemplo una Policía Mundial permanente que podría citar naciones a comparecer
delante de la Corte
Internacional de Justicia, o delante de otras Cortes
especialmente creadas. Si dichas naciones no respetan las decisiones de la
Corte, sería posible aplicar sanciones, tanto militares como no
militares.
Sin duda, cuando cumplen
bien su papel, los Estados protegen a sus ciudadanos, se esfuerzan en hacer
respetar los derechos del hombre y utilizan para ese fin los recursos
apropiados.
Actualmente, en los
ambientes de la ONU, la destrucción de las naciones aparece como indispensable
para alcanzar el objetivo de extinguir definitivamente la concepción
antropocéntrica de los derechos humanos.
Eliminando ese cuerpo
intermediario que es el Estado nacional, además de debilitar la sociedad civil,
se eliminaría la subsidiaridad pues sería constituido un Estado centralizado. El
camino estaría abierto para la llegada de los tecnócratas globalizantes y otros
aspirantes a la «gobernancia» mundial.
Reafirmar el principio de
subsidiaridad
En efecto, el derecho
internacional positivo es el instrumento utilizado por la ONU para organizar la
sociedad mundial global. Bajo el disfraz de la globalización, la ONU organiza en
su beneficio la «gobernancia» mundial. Bajo el disfraz de «responsabilidad
compartida», ella invita a los Estados a limitar su justa soberanía. La ONU
globaliza presentándose cada vez más como un superestado mundial. Tiende a
gobernar todas las dimensiones de la vida, del pensamiento y de las actividades
humanas, ejerciendo un control cada vez más centralizado de la información, del
conocimiento y de las técnicas; de la alimentación, de la salud y de las
poblaciones; de los recursos del suelo y del subsuelo; del comercio mundial y de
las organizaciones sindicales; en fin y sobre todo de la política y del derecho.
Exaltando el culto neopagano a la Madre-Tierra, priva al hombre del lugar
central que le reconocen las grandes tradiciones filosóficas, jurídicas,
políticas y religiosas.
Delante de esta
globalización construida sobre cimientos de arena, es preciso reafirmar la
necesidad y la urgencia de fundar la sociedad internacional en el reconocimiento
de la igual dignidad de todas las personas. El sistema jurídico que predomina en
la ONU torna dicho reconocimiento estrictamente imposible, pues hace que el
derecho y los derechos del hombre surjan de determinaciones voluntarias. Es
preciso, por lo tanto, reafirmar la primacía del principio de subsidiaridad tal
como debe ser correctamente comprendido. Esto significa que las organizaciones
internacionales no pueden expoliar a los Estados, ni a los cuerpos intermedios
ni en particular a la familia, de sus competencias naturales y de sus derechos,
sino que, al contrario, deben ayudar a ejercerlos.
La Iglesia no puede dejar
de oponerse a dicha globalización, que implica una concentración de poder que
exhala totalitarismo. Delante de una «globalización» imposible, que la ONU se
esmera en imponer alegando un «consenso» siempre precario, la Iglesia debe
aparecer, semejante a Cristo, como señal de división (9) No puede endosar ni una
«unidad» ni una «universalidad» que estuvieran encima de las voluntades
subjetivas de los individuos o impuestas por alguna instancia pública o privada.
Frente al surgimiento de un nuevo Leviatán, no podemos permanecer callados ni
inactivos ni indiferentes.
Notas:
(1) Para una discusión
más amplia de los temas abordados en esta comunicación, referirse a nuestro
libro La face cachée de l'ONU, Paris, Editions Le Sarment/Fayard,
2000.
(2) Ver a ese propósito,
HARDT Michael y NEGRI Antonio, Empire, Cambridge, Massachussets, Harvard
University Press, 2000.
(3) BRZEZINSKI Zbigniev, Between two ages. America's Role in the Technetronic
Era, Harmondswot, Penguin Book Ltd., 1970.
(4) Cfr. North-South: A Programme for Survival,
Londres, Pan Books World Affairs, 1980, especialmente el capítulo 16, págs.
257-266.
(5) Entre los primeros
teóricos modernos de esa concepción, podemos mencionar Francisco de Vitoria (con
su interpretación de la destinación universal de los bienes) y Hugo Grotius (con
su doctrina de la libertad de navegación).
(6) Fue en esa ocasión
que la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó su declaración Dominus
Iesus.
(7) Cfr. KELSEN Hans,
Théorie pure du droit, traducción para el francés de Charles Eisennman, Paris,
LGDJ, 1999.
(8) Dicho texto se
encuentra en Human Development Report 1994, publicado por el PNUD, New York
Oxford, 1991, la cita está en la pág. 88.
(9) Cfr. Lc 2, 33s; 12, 51-53; 21, 12-19; Mt 10,
34-36; 23; 31s; Jn 1, 6; 1 Jn 3, 22-4, 6.