COMISIÓN PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
ESPAÑOLA
LA EUTANASIA ES INMORAL
Y ANTISOCIAL
Madrid, 19 de febrero de 1998
I. DENUNCIAMOS UNA CAMPAÑA ENGAÑOSA EN FAVOR DE LA
EUTANASIA
a) Una
campaña relanzada
1. En el llamado mundo
desarrollado hay quienes están librando una "lucha" por el reconocimiento social
y legal de la eutanasia. Entre nosotros, el caso de un tetrapléjico
recientemente fallecido había venido siendo utilizado desde hacía años para esa
lucha. Se le presentó reiteradamente a la opinión pública como alguien a quien
se estaba negando un derecho fundamental: dejar voluntariamente de vivir una
vida de sufrimiento que ya no era considerada por él como digna de ser vivida.
En cambio, quienes se oponen al reconocimiento de ese supuesto derecho son
acusados de represores de la libertad y de insensibles al sufrimiento personal y
al sentir cada vez más común de la sociedad. En los días pasados se ha vuelto a
relanzar esta campaña.
b) Respetamos a las
personas, pero denunciamos las propuestas inmorales
2. Respetamos sinceramente
la conciencia de las personas, santuario en el que cada uno se encuentra con la
voz suave y exigente del amor de Dios. No juzgamos el interior de nadie.
Comprendemos también que "determinados condicionamientos psicológicos,
culturales y sociales" pueden llevar a realizar acciones que contradicen
"radicalmente la inclinación innata de cada uno a la vida atenuando o anulando
la responsabilidad subjetiva"1. Pero no se puede negar la
existencia de una batalla jurídica y publicitaria con el fin de obtener el
reconocimiento del llamado "derecho a la muerte digna". Es esta postura pública
la que tenemos que enjuiciar y denunciar como equivocada en sí misma y peligrosa
para la convivencia social. Una cosa son la conciencia y las decisiones
personales y otra lo que se propone como criterio ético y legal para regular las
relaciones entre los ciudadanos.
c) Se presenta como
normal una situación extrema
3. Antes que nada hay que
caer en la cuenta de que este caso, aunque haya sido puesto machaconamente ante
los ojos de todos, es, en realidad, un caso raro. Los tetrapléjicos no están
deseando morirse ni, mucho menos, pidiendo que los eliminen. La Federación
Nacional de Asociaciones de Lesionados Medulares y de Grandes Minusválidos ha
declarado expresamente el mes pasado que la inmensa mayoría de los
discapacitados es contraria a la eutanasia. La imagen que se ha dado de estas
personas con el caso mencionado no corresponde a la realidad. Ellos ni son ni se
consideran a sí mismos seres indignos de vivir. Al contrario, son frecuentes los
casos de tetrapléjicos admirables por su espíritu de superación y por su
desarrollada humanidad. Pero una de las argucias de la "lucha" por el
reconocimiento social y legal de la eutanasia es precisamente ésa: hacer pasar
por normal y común lo que es extremo y raro. Porque para lo extremo y raro no
haría falta legislar.
d) Se presenta como
progreso lo que es un retroceso
4. Conviene observar
también que se suele presentar el reconocimiento social de la eutanasia como una
novedad, como una "liberación" de la opresión ejercida por poderes reaccionarios
sobre los individuos libres que, gracias al progreso y a la educación, van
tomando conciencia de sus derechos y van exigiéndolos cada vez con mayor
decisión. Pues bien, hemos de recordar que la aceptación social de la eutanasia
no sería ninguna novedad. En distintas sociedades primitivas, y también en la
Grecia y la Roma antiguas, la eutanasia no era mal vista por la sociedad. Los
ancianos, los enfermos incurables o los cansados de vivir podían suicidarse,
solicitar ser eliminados de modo más o menos "honorable" o bien eran sometidos a
prácticas y ritos eugenésicos. El aprecio por toda vida humana fue un verdadero
progreso introducido por el cristianismo. Lo que ahora se presenta como un
progreso es, en realidad, un retroceso que hay que poner en la cuenta de ese
terrible lado oscuro de nuestro modo de vida de hoy, al que el Papa ha llamado
"cultura de la muerte".2
II. LA EUTANASIA ES UN GRAVE MAL
MORAL
a) ¿De qué eutanasia
hablamos?
5. "Llamaremos eutanasia a
la actuación cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarle
sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de
la calidad mínima para que merezca el calificativo de digna. Así considerada, la
eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da
muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la
atención y cuidados debidos."3 Esta es la "eutanasia en
sentido verdadero y propio", es decir, "una acción o una omisión que por su
naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier
dolor".4 De la eutanasia, así entendida, el Papa Juan Pablo II
enseña solemnemente: "De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en
comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es
una grave violación de la Ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y
moralmente inaceptable de una persona humana." 5
6. En cambio, no son
eutanasia en sentido verdadero y propio y, por tanto, no son moralmente
rechazables acciones u omisiones que no causan la muerte por su propia
naturaleza e intención. Por ejemplo, la administración adecuada de calmantes
(aunque ello tenga como consecuencia el acortamiento de la vida) o la renuncia a
terapias desproporcionadas (al llamado "ensañamiento terapéutico"), que retrasan
forzadamente la muerte a costa del sufrimiento del moribundo y de sus
familiares. La muerte no ha de ser causada, pero tampoco absurdamente
retrasada.
b) El individualismo ateo
y hedonista, causa del regreso a la eutanasia
7. Hoy la eutanasia
resulta de nuevo aceptable para algunos a causa del extendido individualismo y
de la consiguiente mala comprensión de la libertad como una mera capacidad de
decidir cualquier cosa con tal de que el individuo la juzgue necesaria o
conveniente. "Mi vida es mía: nadie puede decirme lo que tengo que hacer con
ella." "Tengo derecho a vivir, pero no se me puede obligar a vivir."
Afirmaciones como éstas son las que se repiten para justificar lo que se llama
"el derecho a la muerte digna", eufemismo para decir, en realidad, el "derecho a
matarse". Pero este modo de hablar denota un egocentrismo que resulta
literalmente mortal y que pone en peligro la convivencia justa entre los
hombres. Los individuos se erigen, de este modo, en falsos "dioses" dispuestos a
decidir sobre su vida y sobre la de los demás.
8. Al mismo tiempo, la
existencia humana tiende a ser concebida como una mera ocasión para "disfrutar".
No son pocos los falsos profetas de la vida "indolora" que nos exhortan a no
aguantar nada en absoluto y a que nos rebelemos contra el menor contratiempo.
Según ellos, el sufrimiento, el aguante y el sacrificio, son cosas del pasado,
antiguallas que la vida moderna habría superado ya totalmente. Una vida "de
calidad" sería hoy una vida sin sufrimiento alguno. Quien piense que queda
todavía algún lugar para el dolor y el sacrificio, es tachado de "antiguo" y de
cultivador de una moral para esclavos. No es extraño que desde actitudes
hedonistas de este tipo, unidas al individualismo, se oigan supuestas
justificaciones de la eutanasia como éstas: "yo decido cuándo mi vida no merece
ya la pena" o "a nadie se le puede obligar a vivir una vida sin
calidad".
c) La vida, don
maravilloso del Creador
9 . Es verdad que la vida
es, en cierto sentido, mía. Yo soy responsable de lo que hago de ella. Pero si
ninguna propiedad (de bienes o cosas) deja de tener una referencia social y
transpersonal, menos aún la vida, que no es una propiedad cualquiera. Concebir
la vida como un objeto de "uso y abuso" por parte de su "propietario" es llevar
a un extremo casi ridículo el mezquino sentido burgués de la propiedad privada.
La vida no está a nuestra disposición como si fuera una finca o una cuenta
bancaria. Si asimilamos el vivir a los objetos de propiedad, privamos a la vida
humana de ese sentido suyo de incondicionalidad y de misterio que le confiere su
dignidad incomparable.
10. Los cristianos tenemos
un nombre para la dignidad y para el misterio de la vida: la vida humana es la
gloria de Dios. Su dignidad le viene de su origen y destino divinos. Es una
convicción que compartimos con muchos otros creyentes, con la inmensa mayoría de
la Humanidad, que ha considerado siempre, con toda razón, que la vida de los
seres humanos es sagrada e inviolable, porque pertenece ante todo a Dios.
Nosotros sabemos, además, que el Dios vivo y verdadero no es un dueño caprichoso
de sus criaturas. Él es el Amor mismo. Todo cuanto existe procede del Amor, que
es Dios en la comunión eterna del Padre, el Hijo y el Santo Espíritu. El ser
humano, creado a imagen de Dios, es la criatura capaz de repetir, a su modo, la
relación de intimidad en la que el Hijo de Dios está desde siempre con el Padre
en el Espíritu. Todo ser humano tiene, por eso, una sublime y misteriosa
dignidad divina. Su vida es mucho más de lo que pueda hacer o poseer: es una
vida querida por Dios mismo.
11. El "no matarás" (Ex 20,
13) se refiere también a la propia vida. El quinto mandamiento del Decálogo
expresa en forma normativa que la vida del ser humano no está a disposición de
nadie, pues no es propiedad exclusiva de nadie, sino don de Dios. Para nosotros
esta Ley no es sólo un imperativo de la razón; es, ante todo, expresión de una
esperanza basada en la confianza en el Amor creador. Esperamos que nuestra vida
sea un día acogida definitivamente en la Vida eterna de Dios porque creemos que
venimos de Él y que vamos hacia Él, movidos ya por la fuerza de su Espíritu
vivificador. Los cristianos nos sentimos especialmente llamados a reconocer y
vivir la vida como bien propio y bien del prójimo porque hemos experimentado de
un modo nuevo que nuestra vida y la de los demás es, antes que nada, un don
maravilloso de Dios. Esto nos previene más eficazmente frente a los engaños del
individualismo: sabemos bien que es falso eso de que "mi vida sea sólo mía". Es
ante todo de Dios y también de los hermanos. Si me quitara la vida, perjudicaría
también a mis seres queridos y a la Humanidad, que vería radicalmente lesionado
ese bien primordial de su patrimonio más sagrado: la vida de un ser
humano.
d) El misterio de un bien
primordial irrenunciable
12. Pero también la
experiencia y la sabiduría humanas, entienden, por lo general, que la vida
pertenece a esa clase de bienes intocables que no podemos negociar con nadie, ni
siquiera con nosotros mismos: esos bienes que tienden a identificarse con el
misterio mismo de la existencia y de la dignidad humana. La vida no es
negociable para mí. Si la libertad, el honor, la educación, etc. son bienes
irrenunciables, con más razón todavía lo es la vida, raíz primordial de todos
esos bienes. En efecto, si nadie puede privarse de su libertad, enajenándola por
medio de un contrato de esclavitud, nadie puede tampoco privarse de la vida, que
está menos aún a nuestra disposición que la libertad misma: la vida se nos
presenta como algo previo y envolvente, que es más que nosotros mismos. Por eso,
en el interior del ser humano resuena una voz que nos dice: "no mates, no te
quites la vida; escoge siempre vivir, que te sorprenderás de nuevo de sus
insospechadas posibilidades". Es muy preocupante que esta voz interior en favor
de la vida no sea hoy percibida por algunos.
III. EL MAL MORAL DE LA EUTANASIA COMPROMETE LA VIDA
EN COMÚN
a) La eutanasia
reconocida trae malas consecuencias
13. La eutanasia es de por
sí un grave mal moral, pues es contraria al significado de la vida humana, don y
bien irrenunciable. Aun suponiendo que una despenalización de la eutanasia no
llevara consigo peligros y efectos indeseados, el hecho mismo de quitar la vida
a alguien, aunque sea a petición suya, sería siempre humanamente inaceptable.
Pero además no podemos dejar de advertir que la legitimación social de este mal,
implícita en la despenalización, trae consigo graves consecuencias y nuevas
situaciones de inmoralidad. Mencionamos brevemente algunas de ellas.
b) Presión moral sobre
los ancianos y los enfermos
14. La aceptación social y
legal de la eutanasia generaría, de hecho, una situación intolerable de presión
moral institucionalizada sobre los ancianos, los discapacitados o incapacitados
y sobre todos aquellos que, por un motivo u otro, pudieran sentirse como una
carga para sus familiares o para la sociedad. Ante el "ejemplo" de otros a
quienes se les hubiera aplicado la eutanasia de modo voluntario y reconocido
¿cómo no iban a pensar estas personas si no tendrían también ellas la
"obligación" moral de pedir ser eliminadas para dejar de ser gravosas? Esta
consecuencia inevitable de una hipotética despenalización de la eutanasia
significaría introducir en las relaciones humanas un factor más en favor del
dominio injusto de los más fuertes y del desprecio de las personas más
necesitadas de cuidado. Nadie debe ser inducido a pensar, bajo ningún pretexto,
que es menos digno y valioso que los demás. La atención esmerada y cuidadosa de
los más débiles es precisamente lo que dignifica a los más fuertes y timbre de
verdadero progreso moral y social. No es difícil percibir el retroceso que la
legitimación del mal moral de la eutanasia comportaría para la vida
social.
c) Muertes impuestas por
otros
15. Se dice y se subraya
que la eutanasia que se pide es la voluntaria. Por lo que acabamos de
decir, la eutanasia solicitada lleva consigo la malicia del suicidio y de la
cooperación con el suicidio. Pero además, los hechos muestran que la aceptación
social y legal de la eutanasia voluntaria arrastra consigo la eutanasia no
voluntaria e incluso impuesta, es decir, el homicidio. En primer lugar,
indirectamente, a causa del efecto de inducción señalado en el párrafo anterior:
no pocos se verían presionados, de uno u otro modo, a pedir "voluntariamente" la
muerte. En segundo lugar, directamente, a causa de decisiones ajenas no deseadas
ni controladas. Así nos lo dice no sólo la previsión, sino la experiencia de lo
acontecido en los últimos años en los lugares donde la eutanasia ha sido
despenalizada. En 1995 murieron en Holanda 19.600 personas de muerte causada
("sanitariamente") por acción u omisión. De estas personas sólo 5.700 sabían lo
que estaba sucediendo. En el resto de los casos, los interesados no sabían que
otros tomaban por ellos la decisión de que ya no tenían que seguir
viviendo.6
d) Desconfianza en las
familias y en las instituciones sanitarias
16. Si se hiciera común el
"ejemplo" de los que piden la eutanasia y, además, se generalizara la práctica
de que los facultativos decidieran, en determinados casos, poner fin a la vida
de sus pacientes sin contar ni siquiera con su consentimiento, las relaciones
sociales sufrirían un duro golpe. En una sociedad que consintiera esto, la
desconfianza y el temor se apoderaría de muchos enfermos, de los ancianos, de
los discapacitados. Sufrirían especialmente las relaciones entre los mayores y
los más jóvenes, en el seno de las familias, y entre los pacientes y los
facultativos, en las instituciones sanitarias. Según la "mentalidad
eficientista"7 y economicista, dominante en la sociedad de
consumo, la eutanasia traería consigo, en definitiva, la depreciación de la vida
humana, valorada más por su capacidad de hacer y producir, que por su mismo
ser.
IV. LA FE EN JESUCRISTO, FUERZA PARA VIVIR Y MORIR
DIGNAMENTE
a) El sufrimiento se
ilumina por la fuerza de la fe
17. El Credo que profesa la
Iglesia nos lleva a esperar la Vida eterna. Esta esperanza nos enseña que
nuestra vida en el mundo es una de las etapas de nuestra existencia;
importantísima y decisiva, ciertamente, pero no la única. Por eso cantamos con
el Salmista: "Tu gracia, oh Dios, vale más que la vida, te alabarán mis labios"
(Sal 62). Llegar a compartir en plenitud la vida de Dios, "junto con toda la
creación, libre ya del pecado y de la muerte",8 es el
horizonte último de nuestra vida. Éste es el gran don de Dios que vale más que
la vida temporal. Es la esperanza de la gloria que relativiza todas las
dificultades y dolores de este mundo y nos da la fuerza necesaria para hacer de
nuestra vida una ofrenda constante a Dios y a los hermanos. La fe en la Vida
eterna nos permite vivir con serenidad y dignidad incluso cuando nos vemos
confrontados con el sufrimiento o con la injusticia. En este caso, siguiendo los
pasos del Señor crucificado, sabemos que el mal es vencido por la confianza y el
amor en virtud del poder del Dios creador, que resucita a sus fieles para la
Vida. El sufrimiento, de por sí es un mal, no lo adoramos a él, sino al Dios que
puede sacar bien incluso del mal.
b) El sufrimiento que
pone límites a la "cultura de la muerte"
18. El dolor, cuando es
asumido con fe y esperanza no destruye al ser humano, sino que contribuye
también a engradecerlo. La fe en Jesucristo resucitado nos lo dice bien claro a
los cristianos. Pero la fe, como no es ajena a la entraña más íntima del ser
humano, no dice algo totalmente incomprensible para quienes no son cristianos.
El sufrimiento puede sumir en la desesperación, pero puede también desarrollar
en quienes lo encaran por amor y con esperanza capacidades físicas y morales
insospechadas. Los ejemplos de ello son incontables. En todo caso ¿no se
comprende que quien libra con gallardía la batalla de la vida, aun en medio del
sufrimiento, está sólo por eso siendo de incalculable utilidad a la causa de la
dignidad humana? Ninguna persona es jamás inútil. Pero quien sostiene su vida en
medio del sufrimiento es, si cabe, útil en grado sumo. Su actitud íntegra y
valerosa es el mejor muro de contención contra la marea de la "cultura de la
muerte".
V. EN FAVOR DE UNA MUERTE BUENA Y
DIGNA
a) La verdadera compasión
es la caridad, que no quita la vida
19. La aceptación social y
legal de la eutanasia no es un buen camino para que podamos morir bien y con
dignidad. La Iglesia trabaja en favor de la muerte buena y digna. El ejemplo de
la Madre Teresa de Calcuta está en la memoria de todos. Muchas otras personas e
instituciones católicas han trabajado y trabajan para que los enfermos y los
ancianos tengan el calor humano y la asistencia material que necesitan hasta el
último momento de su vida. La fe en Jesucristo que la Madre Iglesia alumbra en
nosotros es, en definitiva, la mejor ayuda para todos y cada uno de los que
vamos al encuentro de la muerte. La fe, la esperanza y la caridad son los
verdaderos caminos hacia la muerte buena y digna. Las ciencias humanas lo
confirman cuando hablan de que el moribundo necesita no sólo una atención médica
puramente técnica, sino también un ambiente humano, la cercanía de sus seres
queridos y, en caso necesario, los cuidados paliativos que le permitan aliviar
el dolor y vivir con serenidad el final de esta vida. La verdadera piedad y
compasión no es la que quita la vida, sino la que la cuida hasta su final
natural. En cambio, quien cediendo a una falsa compasión o a una equivocada idea
de progreso, colabora directamente en dar muerte a alguien se hace cómplice de
un grave mal moral y contribuye a minar los cimientos de la convivencia en la
justicia. A nadie se le puede obligar a esa colaboración inmoral. En su caso,
sería obligada la objeción de conciencia.
b) Urgencia de la
pastoral familiar de los enfermos
20. Dado que los avances de
la medicina y de la higiene permiten hoy que las personas vivan, con cierta
frecuencia, hasta edades avanzadas, no son pocos los casos en los que las
familias cuentan con ancianos a los que atender, a veces en situaciones
delicadas. Hay que ayudar a las familias a cuidar bien a sus mayores. A veces se
sienten impotentes para afrontar solas determinadas situaciones. Animamos a
todas las personas e instituciones que ya lo hacen a seguir adelante con su
meritoria obra. Exhortamos, en particular, a los pastores y a las comunidades
cristianas a no descuidar las tareas que ya vienen haciendo en este sentido y a
intensificarlas en cuanto fuera posible. La pastoral de los enfermos, incluído
su aspecto sacramental, ha de ayudar a las familias a vivir humana y
espiritualmente las situaciones difíciles. Estar junto a los que sufren, emplear
con ellos nuestro tiempo y nuestros recursos es parte ineludible del seguimiento
de Cristo.
NOTAS
FINALES
1. Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae,
66.
2. Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae 12ss. y
64.
3. Conferencia Episcopal Española. Comité Episcopal
para la Defensa de la Vida, La Eutanasia. 100 cuestiones y respuestas sobre
la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos, EDICE 1993, nº
4. En este preciso y pedagógico escrito del Comité Episcopal para la Defensa de
la Vida y en el documento de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe,
Sobre la eutanasia, BOCEE (abril-junio 1986) 89-94 se encontrarán
explicaciones más detalladas sobre la doctrina de la Iglesia acerca de los
múltiples problemas que se plantean en torno a la cuestión de la
eutanasia.
4. Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae,
65.
5 . Ibid.
6.
Cf. W.J. Eijk / J.P.M.
Lelkens, Medical-Ethical Decisions and Life-Terminating Actions in The
Neederlands 1990-1995. Evaluation of the Second Survey of the Pratice of
Euthanasia, Medicina e Morale 47 (1997) 475-501,
491.
7. Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae,
64.
8.
Misal Romano, Plegaria Eucarística IV, Conmemoración de los
Santos.