Dios ama
también a los homosexuales
Por monseñor Demetrio
Fernández, obispo de Tarazona
Porque son
personas, creadas por Dios para su gloria. Dios ama todo lo que Él ha creado y
no desprecia a ninguna de sus criaturas. No hay personas de primera y personas
de segunda. Ni menos aún, personas desechables. «Existo, luego Dios me ama
inmensamente», puede decir toda persona, sea cual sea su condición, sea cual sea
su situación.
En el
principio, Dios creó al hombre, varón y mujer los creó. «Y vio Dios que era muy
bueno». Dios no se arrepiente de ninguna de las criaturas que Él trae a este
mundo. Y todos venimos a este mundo como fruto de un amor personal y creativo de
Dios, en el que colaboran nuestros padres como pro-creadores, pero el Creador
sigue siendo insustituiblemente Dios. Dios no se ha equivocado al crearnos a
cada uno de nosotros.
Dios crea el
alma espiritual, de manera única e irrepetible, como el principio que anima todo
nuestro ser. No somos pura materia, o simple conjunto de reacciones químicas.
Somos personas libres e inteligentes, que tienen alma, creada por Dios y dada
directamente a cada uno. Somos un fruto del amor de Dios, y en nuestro propio
crecimiento influyen muchas personas que nos rodean.
Pero en el
origen de la historia de la humanidad entró el pecado, por iniciativa humana. La
tentación del demonio fue sugerirle al hombre y a la mujer: «Seréis como
dioses», y, fascinados por esta pretensión engañosa, ellos se apartaron de Dios,
desobedecieron su santa ley, pecaron contra Dios y trastornaron toda la
naturaleza creada. Este es el pecado original, con el que todos
nacemos.
El pecado
original introdujo un apagón universal, que sólo la luz de Cristo ha podido restaurar. A
partir del pecado original, la naturaleza entera sufre un trastorno, un
desequilibrio, que nos afecta a todos. Y dentro de la naturaleza, el hombre nace
herido por el pecado. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, constata
que esta imagen está enmarañada, desdibujada. No todo lo que al hombre se le
ocurre, es bueno. Más aún, tiene muchas ocurrencias y sentimientos que van
contra Dios, y que le hacen daño a sí mismo y a los demás.
Uno no elige
su propio sexo, por más que lo diga el Parlamento. Sea cual sea su inclinación
(dejemos ahora lo que haya de biológico, psicológico o educacional), debe
aceptarse a sí mismo como es y debe vivir su sexualidad en un clima de castidad,
que le enseñe a amar gratuitamente. La sexualidad humana también esta dañada por
el pecado, y debe ser redimida por un amor creciente, para el que todo hombre
cuenta con la gracia de Dios.
También una
persona con inclinación homosexual es amada por Dios y está llamada al amor, que
no necesariamente se expresa por el ejercicio de la sexualidad. Un mundo
supererotizado hace más difícil vivir la castidad sin represión, pero donde
abundó el pecado sobreabundó la gracia, y la redención de Cristo es gracia abundante para
vivir la castidad con libertad, en la situación personal en la que cada uno se
encuentre. La Virgen
María, que fue librada de todo pecado, incluso del pecado
original, es madre que nos ama a cada uno y entiende de estos temas. Mirándola a
ella entendemos mejor la nueva humanidad a la que Dios nos llama. Ella es «dulzura
y esperanza nuestra».
La ley de
identidad de género recientemente aprobada en las Cortes, por la que uno puede
cambiar de sexo es contraria a la verdad del hombre. Es una extorsión del plan
de Dios, no ayuda a las personas con dificultad en este campo y siembra la
confusión en el ambiente social donde vivimos. A un niño o a un joven hoy le es
más difícil vivir el plan de Dios con estas leyes que enrarecen el ambiente. Por
eso, hemos de buscar la luz donde se encuentra, en Cristo resucitado hombre
nuevo, también para estos temas de sexualidad, que a tanta gente
perturban.
Con mi
afecto y bendición:
+ Demetrio
Fernández, obispo de Tarazona
Fuente: ZENIT.org, 11 noviembre
2006