FAMILIA, CUNA DE
LA VIDA Y
DEL AMOR
Y LUGAR PRIMORDIAL DE
HUMANIZACIÓN
Comentario
del Rector
Mayor, Don Pascual Chávez, a la Familia
Salesiana
Roma,
1 de enero de 2006
Creyendo en
su importancia estratégica para el futuro de la humanidad y de la Iglesia, Juan
Pablo II hizo de la familia uno de los puntos prioritarios de su programa
pastoral para la Iglesia al comienzo del tercer milenio: “Una atención
especial se ha de prestar también a la pastoral de la familia, especialmente
necesaria en un momento histórico como el presente, en el que se está
constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental
(...) Conviene procurar que, mediante una educación evangélica cada vez más
completa, las familias cristianas ofrezcan un ejemplo convincente de la
posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de
Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto la de los
cónyuges como, sobre todo, las de los más frágiles, que son los
hijos”
Riesgos y amenazas que
pesan sobre la familia hoy
El
pensamiento de Juan Pablo II ha sido relanzado por el Papa Benedicto XVI quien,
en sus intervenciones, ha hablado de la familia como de una “cuestión
neurálgica, que requiere nuestra mayor atención pastoral; (la familia)
está profundamente arraigada en el corazón de las jóvenes generaciones y
se hace cargo de múltiples problemas, ofreciendo apoyo y remedio a situaciones
de otro modo desesperadas. Y, sin embargo, la familia está expuesta, en el
actual clima cultural, a muchos riesgos y amenazas que todos conocemos. A la
fragilidad e inestabilidad interna se añade, en efecto, la tendencia, difusa en
la sociedad y en la cultura, a contestar el carácter único y la misión propia de
la familia fundada en el matrimonio”
Un ambiente cultural contrario a la
familia
Hoy, con una
cierta facilidad y superficialidad, se proponen y presentan presuntas “alternativas” a la familia, calificada como
“tradicional” . La atención se dirige así desde el problema del divorcio
al de las “parejas de hecho”, desde el aborto a la búsqueda y manipulación de
las células madre obtenidas de los embriones, desde el problema de la píldora
contraceptiva al de la píldora del día después, que también es abortiva. La
legalización del aborto prácticamente se ha extendido en casi todo el mundo.
Sucede también que se confieren a
las parejas efímeras, que no
quieren comprometerse formalmente en el matrimonio ni siquiera civil, los
derechos y las ventajas de una verdadera familia. Tal es el caso de la
oficialidad de las “uniones de hecho”, comprendidas las parejas homosexuales,
que a veces pretenden incluso el derecho a la adopción, creando de este modo
problemas muy graves de orden psicológico, social y
jurídico.
Así, el
rostro –la realidad- de la familia ha cambiado. A lo dicho ya antes se debe
añadir la marcada preferencia por una forma de “privatización” y la tendencia a
una reducción de las dimensiones de la familia que, pasando del modelo de
familia plurigeneracional al de familia nuclear, reduce ésta a la realidad de
papá, mamá y un solo hijo. Más grave todavía es el hecho de que buena parte de
la opinión pública no reconozca ya en la familia, basada sobre el matrimonio, la
célula fundamental de la sociedad y un bien al que no se puede
renunciar.
Una solución fácil, el
divorcio
Teniendo en
cuenta este clima cultural, presente sobre todo en las sociedades occidentales,
me parece oportuno recordar un trozo del Evangelio en que Jesús habla del
matrimonio:
“Se
acercaron unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: Le es lícito a
un hombre divorciarse de su mujer? El les replicó: ¿Qué les ha mandado Moisés?
Contestaron: Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acto de repudio.
Jesús les dijo: Por la terquedad de ustedes dejó escrito Moisés este precepto.
Al principio de la
creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola
carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que
no lo separe el hombre.” (Mt 10,
2-9)
Se trata, a
mi parecer, de un texto muy
iluminador, porque se refiere al tema del matrimonio como origen y base de la
familia; pero sobre todo, porque nos hace ver la forma de razonar de Jesús. El
no se deja enredar en las redes del legalismo, sobre lo que está permitido y lo
que está prohibido, sino que se coloca frente al proyecto original del Creador,
y nadie mejor que El conocía cuál era el plan original de Dios. Es en este
proyecto donde encontramos la “Buena Noticia” de la
familia.
Aún
reconociendo que hay también muchas familias que viven en el valor de una unión
estable y fiel, sin embargo, debemos constar que la precariedad del vínculo
conyugal es una de las características del mundo contemporáneo. Este se da en
todos los continentes y puede constatarse en todos los niveles sociales. Con
frecuencia, semejante praxis hace frágil la familia y pone en peligro la misión
educativa de los padres. Tal precariedad no bien cuidada, es más, aceptada como
un “dato de hecho”, conduce muchas veces a la opción de la separación y del
divorcio, que llegan a ser considerados como la única salida ante las crisis que
se producen.
Esta
mentalidad debilitará a los esposos y hace más peligrosa su fragilidad personal.
El “rendirse” sin luchar es demasiado frecuente. Una justa comprensión del valor
del matrimonio y una fe firme podrían, en cambio, ayudar a superar con valor y
dignidad incluso las dificultades más serias.
Del
divorcio, en efecto, debe decirse que no es solamente una cuestión de tipo
jurídico. No es una “crisis” que pasa. Incide profundamente en la
experiencia humana. Es un problema de relación, y de relación destruida. Marca
para siempre a todos los miembros
de la comunidad familiar. Es causa de empobrecimiento económico, afecta
particularmente a la mujer y los hijos. A todo esto se añaden además, los costos
sociales, que son siempre particularmente elevados.
Querría
hacer notar que son diversos los elementos que concurren al incremento actual de
los divorcios, aún con matices y componentes diversos según los diversos países.
Hay que tener presente, ante todo, la cultura del ambiente, cada vez más
secularizada, en la que emergen, como elementos que la caracterizan, una falsa
concepción de la libertad, el miedo al compromiso, la práctica de la
cohabitación, la “banalización del sexo”, según la expresión de Juan Pablo II,
además de las estrecheces económicas, que a veces son una concausa de tales
separaciones. Estilos de vida, modas, espectáculos, telenovelas, poniendo en
duda el valor del matrimonio y difundiendo la idea de que el don recíproco de
los esposos hasta la muerte es algo imposible, hacen frágil la institución
familiar, hacen caer la estima y llegan al punto de descalificarla a favor de
otros “modelos” de pseudo familia.
Privatización del
matrimonio
Entre los
fenómenos a que asistimos hay que destacar, además, la afirmación de un
individualismo radical, que se manifiesta en numerosas esferas de la actividad
humana: en la vida económica, en la concurrencia despiadada, en la competición
social, en el desprecio de los marginados y en otros muchos campos. Este
individualismo no favorece ciertamente el don generoso, fiel y permanente de sí.
Y, ciertamente, no es un hábito cultural que pueda favorecer la solución de las
crisis en el matrimonio.
Sucede que
las autoridades estatales, responsables del bien común y de la cohesión social,
alimentan ellas mismas este individualismo, permitiéndole una plena expresión a
través de leyes a propósito (como, por ejemplo, en el caso del PACS, “pactos
civiles de solidaridad”) que se presentan como alternativas, al menos
implícitas, al matrimonio. Peor aún cuando se trata de uniones homosexuales, y
peor aún pretendiendo el derecho a adoptar niños. Haciendo así, estos
legisladores y estos gobiernos hacen precaria en la mentalidad común la institución del matrimonio y
contribuyen, además, a crear problemas que son incapaces de resolver. De este
modo sucede que el matrimonio, muchas veces, no es ya considerado como un bien
para la sociedad, y su “privatización” contribuye a reducir, o incluso a
eliminar, su valor público.
Esta
ideología social de pseudo-libertad impulsa al individuo a obrar en primer lugar
según sus intereses, su utilidad. El compromiso asumido en relación del cónyuge
se considera como un simple contrato, revisable indefinidamente; la palabra dada
no tiene más que un valor limitado en el tiempo; no se responde de los propios
actos, sino ante uno mismo.
Falsas expectativas sobre
el matrimonio
Es preciso
también constatar que muchos jóvenes se forman una concepción idealista o
incluso errónea de la pareja, como el lugar de una felicidad sin nubes, del
cumplimiento de los propios deseos sin precio que pagar. Pueden llegar así a un
conflicto latente entre el deseo de fusión con el otro y el de proteger la
propia libertad.
Un
desconocimiento creciente de la belleza de la pareja humana auténtica, de la
riqueza de la diferencia y de la complementariedad hombre / mujer, conduce a una
confusión mayor sobre la identidad sexual, confusión llevada al colmo en la
ideología feminista. Por otra parte, las condiciones actuales de la actividad
profesional de los dos cónyuges reducen los tiempos vividos en común y la
comunicación en la familia.
Y todo eso empobrece las capacidades de diálogo entre los
esposos. Demasiadas veces, cuando llega la crisis, las parejas se encuentran
solas para resolverlas. No tienen a
nadie que pueda escucharlas e iluminarlas, lo cual talvez permitiría
evitar una decisión irreversible. Esta falta de ayuda hace que la pareja
permanezca cerrada en su problema, no viendo sino la separación o, incluso, el
divorcio como solución del propio desaliento. ¿Cómo no pensar, en cambio, que
muchas de estas crisis tiene un carácter transitorio y podrían ser superadas
fácilmente, si la pareja tuviese el apoyo de una comunidad humana y
eclesial?
Factores económicos y
consumistas en la vida familiar
Los factores
económicos, en su gran complejidad, influyen también fuertemente en la
configuración del modelo familiar, en la determinación de sus valores, en la
organización de su funcionamiento, en la definición del mismo proyecto familiar.
Las entradas que se quieren asegurar, los gastos que se consideran
indispensables para satisfacer las necesidades o los niveles de bienestar que se
pretenden alcanzar o mantener, la falta de recursos o, incluso, la falta de
trabajo que se dan tanto en los padres como en los hijos, condicionan y, en cierta
medida, determinan gran parte de la vida de las familias. Bastaría pensar en los
llamados “amigados”, que no son propiamente convivientes, sino sólo pobres sin
recursos para la celebración de un
matrimonio. Otra situación preocupante es la de los emigrantes, forzados
a dejar el país y la familia en busca de trabajo y de medios de sustento,
situación que no rara vez, por la prolongada lejanía u otras motivaciones,
produce el abandono y la destrucción de la misma familia que se ha
dejado.
Tienen
igualmente origen económico los mecanismos que crean un clima de consumismo en
que se encuentran sumergidas las familias. Desde esta perspectiva se definen
muchas veces los parámetros de felicidad, generando frustraciones y marginación.
Son también económicos los factores que determinan una realidad tan importante
como es la del espacio familiar, es decir, las dimensiones de las casas y la
posibilidad de acceder a ellas. Son, en fin, los factores económicos los que
condicionan las posibilidades educativas y las perspectivas de futuro de los
hijos.
Ante esta
realidad no se puede dejar de sentir profunda compasión por lo que es o debería
ser la cuna de la vida y del amor y la escuela de
humanización.
La familia, camino de
humanización del Hijo de Dios
La
Encarnación del Hijo de Dios, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley para
rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibieran el ser hijos de Dios
por adopción, no fue un evento limitado solamente al momento del nacimiento,
sino que comprendió todo el arco de la vida humana de Jesús, hasta la muerte en
cruz, como confiesa el apóstol Pablo (Cfr. Fil 2,8).
El Concilio
Vaticano II se expresaba diciendo que el Hijo de Dios trabajó con manos de
hombre y amó con corazón de hombre (Cfr. GS 22). Su humanidad no fue, pues, un
obstáculo para revelar su divinidad, más aún, fue el sacramento que le sirvió
para manifestar a Dios y hacerlo visible y alcanzable. Es hermoso contemplar a
un Dios que ha querido tanto al hombre que le ha hecho camino para llegar a El.
Precisamente por ésto, el camino de la Iglesia es el hombre, que ella debe amar,
servir y ayudar a alcanzar su plenitud de vida.
Pero
precisamente porque quería encarnarse, Dios tuvo que buscarse antes una familia,
una madre y un padre. Si en
el seno virginal de María Dios se hizo hombre, en el seno de la
familia de Nazaret el Dios encarnado aprendió a ser hombre. Para nacer, Dios tuvo necesidad de una
madre; para crecer y hacerse hombre, Dios tuvo necesidad de una familia. María
no fue sólo Aquella que dio a luz a Jesús; como verdadera madre, junto a José,
logró hacer de la casa
de Nazaret un hogar de “humanización” del Hijo de
Dios.
La Encarnación del Hijo de Dios,
precisamente porque es auténtica, asumió plenamente las modalidades del
desarrollo natural de toda criatura humana, que tiene necesidad de una familia
que la acoge, que la acompaña, que la ama y que colabora con ella en el
desarrollo de todas sus dimensiones humanas, las que la hacen verdaderamente “persona” humana.
Todo esto en el descubrimiento de un proyecto de vida, que permite comprender
cómo desarrollar los propios recursos y encontrar sentido y éxito en la
vida.
Esta
necesaria e indefectible función educativa que toda familia debe ofrecer a sus
miembros, en el caso de la Familia de Nazaret encuentra su testimonio en una
página del Evangelio de Lucas. Es el episodio que refiere el encuentro de Jesús
en el Templo: “Al verlo se quedaron atónitos, y le dijo su madre: Hijo,
¿porqué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
El les contestó: Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la
casa de mi
Padre? Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. El bajó
con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en
su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y los hombres”
En esta
página encontramos tres indicaciones preciosas sobre cuanto la familia está
llamada a hacer respecto de los hijos, para que lleguen a ser “verdaderos
ciudadanos y buenos cristianos”. En este sentido, ésta podría considerarse
una relectura salesiana atinada del principio de la Encarnación en un proyecto
educativo.
Ante todo,
no es indiferente que José y María hayan llevado a Jesús al Templo a la edad en
que el hijo debe aprender a insertarse con todo derecho en la vida de su pueblo,
haciendo propias las tradiciones que han alimentado y sostenido la fe de los
padres: la familia de Jesús le ha introducido en la obediencia a la Ley y en la
práctica de la fe, aunque sus padres sabían que su hijo era Hijo de Dios. El
origen divino de Jesús no le ha eximido de la obligación, universal en Israel,
de observar la Ley de Dios; el Hijo de Dios ha aprendido a ser hombre
aprendiendo a obedecer a los hombres.
Hay que
notar, además, la actitud respetuosa de los padres ante el hijo que, por sí
solo, busca la voluntad de Dios sobre la propia vida. La respuesta de Jesús
tiene casi un tono de maravilla, como diciendo: “Pero ¿cómo? Ustedes me han
enseñado a llamar a Dios Abbá, Padre, y a buscar siempre su voluntad; y
precisamente hoy y aquí, en Su casa, en el día del Bar Mitzvá, cuando he llegado
a ser con todo derecho hijo de la Ley para vivir desde ahora en adelante
cumpliendo el designio del Padre, ¿me preguntan dónde me encontraba y por
qué he hecho
ésto?”
Aún sin ser
todavía mayor de edad, Jesús recuerda a sus padres que han sido ellos quienes le
han enseñado que Dios y sus cosas están antes que la familia y su
cuidado.
Notamos al
fin, que la incomprensión de los padres no es un obstáculo para la obediencia
del hijo, que vuelve con ellos a Nazaret; Jesús se somete a la autoridad de los
padres que no son capaces de comprenderlo. Y así, concluye el evangelista,
mientras María conservaba todo esto en su corazón, Jesús crecía en sabiduría,
estatura y gracia ante Dios y los hombres. He aquí el elogio más grande de la
capacidad educativa de José y María. He aquí lo que significa en la práctica
hacer de una familia, casa y escuela, “cuna de la vida y del amor y lugar
privilegiado de humanización”.
Es en la
familia donde Jesús aprendió la obediencia a la Ley y se insertó en la cultura
de un pueblo;
es en la familia donde Jesús manifestó querer dar a Dios el primer lugar y
ocuparse en primer lugar de las cosas de Dios; es a la vida de familia adonde
Jesús, consciente de ser Hijo de Dios, volvió para crecer, como hombre, ante los
hombres, en estatura, sabiduría y gracia. El Hijo de Dios pudo venir a la vida
naciendo de una madre virgen, sin contar para esto con una familia, ¡pero sin
ella no pudo crecer y madurar como hombre!
Una virgen concibió al
Hijo de Dios; una familia le humanizó.
¡Me pregunto si se podría
decir más sobre el valor sacrosanto de la familia!