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¿PATERNIDAD RESPONSABLE O PATERNIDAD CONFORTABLE?

Por Horacio Alejandro Esterman

Usted habrá notado que cuando repasamos algunos datos bibliográficos de algún perso­naje de la historia, nos encontramos con que es hijo de familia numerosa; esto nos hace pensar: Antes, que ha­bía menos posibilidades económicas, sanitarias, educativas, etc. los matri­monios cumplían con el fin de colabo­radores de Dios en la procreación y en ningún momento se plantearon el poder "planificar la familia". Pero hoy, a pesar de que esas posibilidades son mayores y han mejorado, los matrimo­nios parecieran tener una consigna: "FAMILIA TIPO", y en algunos casos sin tipo, o sea sin hijos. Los argumen­tos que hoy se esgrimen, para justifi­car la antinatalidad, son realmente in­creíbles, inclusive de parte de hombres y mujeres que han nacido en familias numerosas:

ARGUMENTAN: que la situación eco­nómica es difícil, que la educación es cara, que es preferible “pocos hijos bien educados; que muchos mal educados” (?); que ya tengo cinco hijos y no pue­do más, que los chicos me molestan... y muchas más que no vale la pena ex­presar.

Estas argumentaciones co­menzaron ha generar una mentalidad antinatalista, y es por eso que en 1968 el Papa Pablo VI da a conocer a toda la humanidad la, tan nombrada y poco leída, encíclica "Humanae Vitae". Pero en rigor no hacía falta esta encíclica para acreditar la doctrina de la Iglesia. Esta doctrina ya estaba enseñada por los papas de manera terminante. So­bre todo Pío XI en la "Casti connubu" de 1930 en el N° 20 que trata justa­mente sobre "las insidias contra la fe­cundidad" (recomendamos leer). Lo mismo Pío XII, y como un anteceden­te más tenemos al Papa Juan XXIII en "Mater et Magistra". De modo que en rigor de verdad no había necesi­dad de un nuevo pronunciamiento, por lo menos para las personas entendi­das en la enseñanza de la Iglesia.

Sin embargo Pablo VI con su "Humanae Vitae" lo pronuncia de nue­vo porque la publicidad y la propagan­da hicieron pensar que esa doctrina no fuera bien segura, bien firme y deja­ron la impresión de que era una doc­trina que podría cambiar.

FECUNDIDAD Y GENEROSIDAD

El matrimonio, como comunidad de amor, se plenifica en la familia. Así, la familia es el esplendor del amor cristiano. Por su naturaleza misma, el Matrimonio y el amor conyugal deben ser fecundos[i]. Es decir, es­tán ordenados a la procreación y a la educación de los hijos.

La fecundidad es un don y un fin del matrimonio. El niño no viene como un extraño a añadirse al amor de esposos; brota del corazón mismo del Don de los esposos.

Por ello la Iglesia enseña que todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida[ii].

Llamados a dar la vida, los es­posos participan del poder creador y de la paternidad de Dios[iii], y harán esto responsablemente.

No hay fórmulas que digan cuántos hijos se debe tener, no hay un cálculo o una ecuación al respec­to. Dios quiere generosidad en la ge­neración de la vida, y Dios que es Padre no se deja ganar en generosi­dad y es Providencia.

Dios cuenta en la "solución del problema" de los hijos. Si los cabellos de nuestra cabeza están contados ¡no lo estarán menos nuestros hijos!

Cuando se hace la voluntad de Dios no se arrepiente de ello y se es feliz.

La familia numerosa es signo de bendición divina y de la generosi­dad de los padres. La Iglesia alaba a estas familias.

Los esposos deben saber que no son árbitros del plan divino, sino administradores de ese plan, y que su unión conyugal no debe prejuzgar acerca de la disponibilidad a transmi­tir la vida.

La unión matrimonial no es pe­cado, por el contrario es un acto in­tenso de caridad hacia el cónyuge y aumenta la gracia de Dios, cuando es el amor y la entrega la que preside la unión. Para que el acto sexual sea ho­norable, digno y legítimo debe estar acompañado del amor (caridad) y del respeto por las leyes biológicas y ritmos naturales.

Los esposos deben saber que son vías ilícitas (pecado) para regular la prole y hacer infecundo el acto conyugal: el aborto, la esterilización y las acciones que en su previsión, realiza­ción y consecuencias hagan imposi­ble la procreación[iv]. No se puede usar la tesis (es mejor la píldora que el aborto), y se debe insistir en enseñar que el acto conyugal infecundo voluntariamente es intrínsecamente deshonesto.

Los esposos deben respetar el orden biológico establecido por Dios Creador y no alterarlo artificialmente.

Y para recurrir a los métodos de los ritmos naturales (temperatura, Ogino-Knauss, Billing, etc.) deben te­ner motivos serios y justos.

Ocurre que muchos esposos cristianos usan un método bueno, pero el motivo o fin para el que lo usan es banal, mediocre y con hi­pertrofia de excusas.

La castidad matrimonial es re­chazar el hedonismo antinatalista, es no cerrar las puertas a la vida y dejar­las generosamente abiertas.

Los esposos que sólo buscan la unión sexual sin la transmisión de la vida, sin dar frutos, son infelices aho­ra y ponen en juego su salvación eter­na. Los cónyuges no tienen derecho a cerrar artificialmente las puertas a la vida y a disminuir el número de comen­sales al banquete de la Vida.

Muchos esposos, cuando Dios los llame a su presencia, verán espan­tados los rostros y oirán las voces de sus hijos voluntariamente no concebi­do y que estaban en el plan de Dios. Rostros sin nombres y sin voces sin alegría acusarán a los padres onanistas, que se negaron a compar­tir el pan con unos hijos más, que le negaron la vida terrena y con ello la posibilidad de acceder a la Vida Eter­na, a ver a Dios cara a cara. Por un poco de estrechez ¡cuántos hijos más hubieran tenido Dios y la Igle­sia!

Padres mezquinos, cobardes y calculadores que tienen miedo a los hijos. Algunos recurren a las pastillas o a los espirales, otros abusan de los métodos naturales, los primeros prac­tican una anticoncepción burda, los segundos quieren canonizar la anticoncepción, quieren bendecir el onanismo.

Se debe insistir con la Encícli­ca Humanae Vitae (N° 16) que serias razones, determinadas circunstan­cias y por un cierto tiempo y des­pués de aconsejarse prudentemen­te y con sinceridad, los esposos pueden usar los métodos naturales para regular la fecundidad.

Para determinar la SERIEDAD INSUPERABLE DE UN PROBLEMA y los SERIOS MOTIVOS, se requiere del asesoramiento, en sus aspectos morales y psicológicos de un sacerdo­te.

Hoy día hay una mala interpre­tación de la "paternidad responsable", se hace una interpretación facilista y acomodaticia de la expresión. Y se debe señalar una vez más que la pa­ternidad responsable no es paternidad confortable, onanismo católico, Billing para siempre, colección de excusas, atenuantes, motivos, justificaciones, causas o compensaciones... etc.

La paternidad responsable im­plica conocimiento de la biología, do­minio por medio de la voluntad del ins­tinto y ponderación de las circunstan­cias económicas, sociales, médicas, etc. con respeto exquisito a la Ley Moral objetiva[v].

Los esposos tienen deberes que cumplir en su matrimonio para con Dios, para consigo, para con la familia y para con la sociedad; debiendo con­formar su conducta matrimonial a la intención creadora de Dios[vi].

Para cumplir con los deberes de estado, los esposos deben poner un serio empeño, muchos esfuerzos y mucha ayuda de Dios. El matrimo­nio no es un estado de vida fácil, es un estado de vida recto, comprome­tido, que exige renunciamientos, sacrificios, olvido de uno mismo, etc.

La anticoncepción abre las puertas del hedonismo antinatalista, es un fraude al orden moral y a la volun­tad de Dios, facilita la infidelidad con­yugal, hace posible la degradación de la moralidad, se instrumenta a la mu­jer y se pierde el respeto al cónyuge, florece el egoísmo, se destroza la inti­midad, la sexualidad se pervierte y los esposos se transforman en cómplices. Están usando el sexo para la recrea­ción y no para la reproducción, están en la posesión y no en la entrega, en un individualismo compartido que cie­rra la puerta de la vida a los hijos: es una sexualidad frívola, egoísta y sin deberes.

Dios para asegurar el recto uso del poder procreador fundó la institu­ción matrimonial indisoluble, que Je­sucristo elevó a la dignidad de Sacra­mento.

Dios depende de los padres generosos para aumentar el número de hijos suyos, de esos hijos que lo verán cara a cara, de esos hijos que agradecerán a Dios la gracia infinita de la vida terrenal -sólo un instante- y sobre todo la Vida Eterna, esa que nunca se pasa, esa Vida Eterna que es el Cielo y la visión beatifica de Dios.

Dios, Padre amoroso, premia­rá con generosidad a los padres des­prendidos, a los padres que hicieron fructificar el talento, que no lo enterra­ron, que no fueron cobardes, que con­fiaron en la Providencia.

"Entre los cónyuges que cum­plen con la misión que Dios les ha con­fiado, son dignos de mención espe­cial, los que, de común acuerdo bien ponderado, aceptan con magnanimi­dad una prole más numerosa para educarla dignamente" [vii].

DIFUSION DE LOS METODOS NATURALES

Se entiende que los métodos naturales no pueden ser explicados a quienes no tienen un espíritu natalista, como por ejemplo los novios o pare­jas que no necesitan del método por no tener relaciones sexuales ya que no están casado. Y se debe descartar también los matrimonios que no pre­sentan las condiciones de SERIOS MOTIVOS legítimos para espaciar los nacimientos. Después de haber hecho esta discriminación, queda reducido a un número inferior de la totalidad de los matrimonios católicos.

De las consideraciones anterio­res surge que el tema de la difusión de los métodos en cuestión sufre ac­tualmente de muy serías anomalías y extralimitaciones. Es común escuchar en tales exposiciones la reiteración de muletillas tales como "la pareja que no desea concebir" o "haber planeado bien este embarazo" como si se trata­ra de un tema liberado exclusivamen­te a la decisión arbitraria de la "pare­ja", que puede no ser un matrimonio, y que mediante el uso de una deter­minada técnica "natural" controla per­fectamente su vida sexual para que no se produzca un "embarazo no desea­do" sin que EXISTAN SERIOS MOTI­VOS para ello.

Por ello de los puntos 35 y 10 de la Humanae Vitae se desprende que se debe guardar relación a un or­den moral objetivo, para que sea lícito evitar los nacimientos, deben existir "graves motivos" o razones plausi­bles justas, es decir que, no esté libra­do a la decisión subjetiva de los cón­yuges. De ahí el efecto negativo que produce la instrucción y difusión masi­va de los métodos naturales, principal­mente cuando están impregnadas de mentalidad antinatalista, revestida fal­samente de espíritu cristiano: "Otro modo de debilitar en los cónyuges el sentido de la responsabilidad en cuan­to a su amor conyugal es el de difun­dir información sobre los métodos naturales sin que vaya acompañada de una adecuada "formación" de las conciencias. La técnica no resuelve los problemas éticos, sencillamente por­que no es capaz de hacer mejor a la persona"[viii].

 Para finalizar, debemos decir que la distinción entre "métodos natu­rales" y "métodos artificiales" a la pos­tre resulta equívoca, porque la verda­dera diferencia se establece entre contracepción y castidad conyugal una de cuyas manifestaciones puede ser la "continencia periódica, por jus­tos motivos". Y a aquellos que mani­fiestan que la doctrina enseñada en la "Humanae Vitae" es inaplicable, contestamos con lo que Pío XI cita en la "Casti Connubii" del Concilio Tridentino: "...Dios no manda imposi­bles, sino que con sus preceptos te amonesta que hagas cuanto puedas y pidas lo que no puedas, y él te dará su ayuda para que puedas".

 

NOTAS

[i] CEC 2366 

[ii] Humanae Vitae N° 11

[iii] CEC 2376

[iv] Humanae Vitae N° 16, 2

[v] Humanae Vitae N° 10

[vi] Humanae Vitae N° 10

[vii] Cons.Past. Gaudium et Spes N° 50

[viii] Juan Pablo II, L’ Observatore Romano 17.4.88

 

BIBLIOGRAFIA

Humanae Vitae de S.S. Pablo VI

Casti connubii de S.S. Pio XI

Master et Magistra de S.S. Juan XXIII

Sobre la “Humanae Vitae” de Julio Meinvielle

Sexo y Vida de Dr. Luis Aldo Ravaioli

Amor y Sexualidad de Ramón G. De Haro

Catecismo de la Familia Cristiana de Juan Rodolfo Laise.