La fe y
la ciencia son aliadas en la defensa de la vida
Entrevista de
la Agencia
Zenit a Mons. Rodrigo Aguilar Martínez, presidente de la
Comisión de Pastoral Familiar de la Conferencia del Episcopado
Mexicano
--¿Cuál es
la importancia del Día de la Vida? ¿Qué se quiere recordar con esta celebración?
--Monseñor
Aguilar Martínez: La vida es un don maravilloso que Dios nos ha concedido; es un
bien fundamental y base de todos los demás bienes y valores de la persona;
sencillamente, si no vivimos, no tienen caso los demás bienes y valores.
Esta
realidad espléndida debe ser celebrada y de hecho lo hacemos muchas veces, por
ejemplo, cada año cuando festejamos nuestro cumpleaños. Desafortunadamente en
los últimos tiempos vamos viendo que se intenta difundir una forma de pensar y
de actuar que no contempla la vida de cada ser humano en todas las fases de su
existencia como un bien que admirar, proteger y promover, sino que en ocasiones
se ve como una realidad sujeta al arbitrio y a las decisiones de otros. Con el
«Día de la Vida», la Iglesia quiere propiciar una toma de conciencia sobre el
valor de cada vida humana en todas las circunstancias y etapas en que ésta pueda
encontrarse; que nos lleve a dar gracias a Dios por este espléndido don y a
hacernos responsables de gestionarla, de protegerla, de vivirla, de acuerdo a
esta toma de conciencia. Es una magnífica ocasión para meditar en las respuestas
cristianas frente a los diversos desafíos que la vida misma del hombre sobre la
tierra va planteando a su inteligencia, por ejemplo con la bendición del avance
de las ciencias, cuestiones como el ejercicio responsable de la sexualidad y la
paternidad, el aborto, la utilización de células troncales, la asistencia
técnica a la procreación, el modo de relacionarnos con los seres humanos,
nuestros iguales, en la etapa embrionaria y previa a la implantación, el cuidado
de la salud, de los enfermos terminales, la terapia del dolor y un largísimo
etcétera.
--¿Hay
contradicción entre lo que nos dice la Iglesia y la ciencia?
--Monseñor
Aguilar Martínez: Actualmente la palabra ciencia se aplica casi exclusivamente a
las llamadas ciencias empíricas, es decir aquellas áreas del saber humano que se
basan en su metodología de investigación con el método experimental. Es sabido
que tal método se basa en la reproducción artificial de los fenómenos que se
observan en la naturaleza para verificar hipótesis en base a las cuales se
formulan nuevas hipótesis, que al verificarse generan nuevos conocimientos. Las
ciencias empíricas están sujetas, pues, a verificaciones de hechos y sus
resultados son medibles, cuantificables y dan lugar a la tecnología.
La fe, por
su parte, es la respuesta libre y racional que una persona da a la manifestación
gratuita de Dios, que llamamos revelación. Es decir, Dios se comunica, comunica
su misterio, su voluntad salvífica, y el ser humano, aceptando libremente esta
comunicación amorosa de Dios, responde con la fe, que es un acto racional y
afectivo de adhesión a Él.
Como se
puede ver en lo que acabamos de decir, existe un nexo fortísimo entre la fe y
la ciencia.
Ambos son saberes racionales, si bien en el caso de la fe, la
inteligencia rinde un homenaje a Dios, aceptando su auto comunicación a pesar de
que el misterio en cuanto tal muchas veces rebase la capacidad racional del
hombre, sin embargo, los términos mismos del misterio son siempre racionales y
de hecho la teología es la forma como la fe se profundiza mediante la razón y la
inteligencia humana.
Además, Dios
es la máxima racionalidad, es la fuente de la racionalidad, es el creador de
todo y el que posibilita la comprensión de todo. De ahí que podemos afirmar que
tanto las ciencias como la fe tienen una misma fuente y un mismo instrumento, si
bien son formas y metodologías distintas de buscar la verdad. Ambas se ayudan para
alcanzar la verdad y en cuanto sus adquisiciones son verdaderas, no puede haber
contradicción entre ellas.
Cuando la
Iglesia enseña cuestiones morales relativas a la ciencia, lo hace basada tanto
en los datos empíricos que aportan las ciencias, como en la correcta
interpretación de ellos en sus dimensiones humanas y en sus repercusiones
espirituales. De ahí que sea falsa la acusación que frecuentemente se hace de
que la Iglesia enseña únicamente basada en una fe subjetiva, entendiendo la fe
como una especie de experiencia psicológica emotiva carente de
racionalidad.
Más aún, las
ciencias experimentales, por su misma naturaleza son reductivas, es decir,
siendo válido su método y verdaderos sus conocimientos, sólo están basados en
una partecita de lo real; o sea, lo que se puede medir y verificar
cuantitativamente. Pero la realidad es mucho más grande que eso, de ahí que la
ciencia tenga necesidad de una reflexión, de una orientación, incluso que le
indique ciertos límites para que sus adquisiciones y sus aplicaciones no vayan
en contra del hombre, al que quieren y deben servir. A este propósito, la
Iglesia tiene una importante aportación que dar, pues Ella es experta en
humanidad y debe, por fuerza, dar una orientación a quienes son creyentes, una
orientación que, como es racional, según se ha dicho, puede ser recibida y
aceptada por todo hombre que busque sinceramente el bien, aunque no tenga la
gracia de la fe.
--¿Por qué a
veces se piensa que lo que dice la Iglesia contradice los hallazgos de la
investigación científica tales como la clonación, la reproducción asistida y la
manipulación de embriones?
--Monseñor
Aguilar Martínez: La mayoría de las veces, por el prejuicio de que la enseñanza
de la doctrina de la Iglesia obedece únicamente a una serie de postulados
formulados con base a experiencias subjetivas que se pretendería fuesen
aceptadas acríticamente; es decir, impuestas dogmáticamente. Sin embargo, en la
respuesta anterior hemos dicho que no es así. Ni la fe es sólo una aceptación
acrítica de un dogma basado en experiencias subjetivas o impuesto por las
autoridades de la Iglesia; ni tampoco todo lo que dicen las ciencias empíricas,
por el hecho mismo de que sean hallazgos ciertos o posibilidades reales de
manipulación y dominio de la naturaleza, son por eso mismo buenas y válidas.
Tengamos en cuenta las lecciones que nos da la historia, en donde algunos de los
hallazgos de las ciencias empíricas se obtuvieron mediante investigaciones y
experimentaciones abusivas que no debieron tener lugar. Piénsese en los abusos
ocurridos en el régimen nazi condenados en Nüremberg. Actualmente en los temas
que se han señalado podríamos estar frente a posibilidades técnicas que el
conocimiento científico actual nos permitiría realizar, pero que no serían
totalmente respetuosas de la verdad del ser humano.
--¿Qué
pierde una sociedad que no respeta el valor de la vida en todas sus dimensiones?
¿Cuál es la importancia de que los gobernantes tengan claro conocimiento del
verdadero valor de la vida humana?
--Monseñor
Aguilar Martínez: El Estado constitucional moderno está basado en el acuerdo
para proteger, respetar y promover la vida de cada uno de los ciudadanos. Cuando
se pierde el respeto fundamental del valor de la vida, introduciéndose
categorías de seres humanos cuya vida puede ser manipulada o vulnerada, se
destruye el mismo estado de derecho. Pensemos, por ejemplo, que una de las
adquisiciones de la humanidad después de la Revolución Francesa, ha
sido justamente el principio de la igualdad fundamental de todos los seres
humanos; pues bien, cuando se permite que unos seres humanos determinen la
existencia o no de otros seres humanos e incluso sus características o su
destino, por ejemplo mediante la producción de seres humanos a través de la
clonación para fines de investigación; o cuando, de entre varios embriones, se
seleccionan unos para ser implantados y a otros se les deja en congelación o se
les destina a investigación o a su destrucción, luego de obtener de ellos
células troncales, etc.; en estos casos se destruye el principio fundamental de
la igualdad de todos los seres humanos, es un modo de volver a la esclavitud y
al dominio de unos sobre otros.
En resumen,
una sociedad que no respeta el valor de la vida, pierde el valor principal y
fundamental, pierde la humanidad. Pierde un punto
de referencia intangible que marca un límite ético, el cual posibilita una
convivencia social ordenada y pacífica.
Por otra
parte, un gobernante que quiere servir de verdad al bien común de la Nación, por
ello mismo debe tener claro el valor de la vida humana, como algo no negociable.
Un gobernante, un legislador, un juez no deberían permitir que se aprobaran
fármacos, técnicas, investigaciones que no demuestren de manera suficiente ser
respetuosos de la dignidad y el valor de la vida de cada ciudadano,
independientemente del estado de su desarrollo en que se encuentre, o de su
situación de vulnerabilidad, dependencia o grave disminución a causa de
la enfermedad.
Una sociedad prueba su grado de civilidad, en cuanto tiene la
capacidad de proteger a sus miembros más vulnerables.
--Sabemos
que el hombre está continuamente en búsqueda, pero no siempre encuentra aquello
que llena todo su ser, ¿cuál debe ser la disposición del ser humano para
encontrar el sentido más profundo de su vida?
--Monseñor
Aguilar Martínez: A una persona que quiera encontrar el sentido más profundo de
su vida, yo le aconsejaría que tuviera la disposición básica de dejarse
interpelar por la realidad, de estar abierto a la verdad y también dejarse guiar
escuchando en su interior. Dios ha creado todas las cosas y al mismo ser humano,
la realidad está ahí para ser descubierta e interpretada; también, y ése es el
honor que Dios nos dio, para llevarla a su perfección utilizando nuestra
inteligencia y nuestra libertad dejándonos guiar por la sabiduría divina,
sabiduría que encontramos en la inteligibilidad de la misma realidad. Hoy muchos
creen que la realidad carece de significados, que éstos sólo son atribuidos por
los hombres, lo cual se realiza de manera frecuentemente arbitraria o
utilitarista. Las cosas no son así, la realidad está ahí porque Alguien la pensó
y eso le confiere su inteligibilidad, por ello tiene una verdad y un sentido,
ciertamente no totalmente determinado, sino abierto a múltiples posibilidades y,
por eso, el mismo hombre y la naturaleza ha sido confiada al propio hombre que,
de acuerdo a su semejanza con Dios, debería conducirla, usarla, perfeccionarla
con sabiduría y amor. Particularmente el hombre está confiado al propio hombre.
Hace falta silencio observador, capacidad contemplativa, capacidad de admiración
ante la realidad y ante sí mismo… «Prodigio soy de tus manos» dice el salmista,
lleno de admiración ante sí mismo; ello supone una auto comprensión en el amor.
En el amor de Aquel que le creó en y para el amor. De esto nos ha hablado de
manera profunda y hermosa el Papa Benedicto XVI en su encíclica, «Dios es
amor».
Fuente:
Zenit.org