LA
MANIPULACIÓN IDEOLÓGICA DE LA “VIOLENCIA
CONTRA LA MUJER”
Por Mónica del
Río*
La
erradicación de la “violencia contra la mujer” o “violencia de género” es una
estrategia de la “cultura de la muerte” para imponer los “derechos sexuales y
reproductivos” (anticoncepción,
esterilización voluntaria, autonomía en la elección de la orientación sexual y
aborto). Los organismos internacionales
consideran que padece violencia la mujer a la que se le restringe el ejercicio
pleno de estos “derechos”. Por eso se silencia por ejemplo, que la violencia
contra la mujer crece durante el
embarazo. A
los abortistas les da igual si
la mujer que sufre violencia está embarazada o no, porque no le
reconocen derechos a la segunda víctima, el bebé en gestación.
Este
enfoque ideológico de la violencia hace además que rara vez se mencione la
violencia que ejerce la mujer –contra varones o contra otras mujeres-. Si la mujer en muchos casos es víctima
de violencia, en otros muchos es victimaria; porque para eso no hace falta tener
un determinado sexo, alcanza con poseer algún tipo de poder y que su ejercicio
degenere en abuso. Por eso hay mujeres que ejercen violencia contra sus hijos
llegando incluso a matarlos -antes o después de nacer- o contra su pareja
–heterosexual o lesbiana-.
VIOLENCIA CONTRA EMBARAZADAS
Tal como
ocurre cuando se intenta legalizar el aborto en los casos de violación, en los
casos de violencia contra la mujer embarazada se ignora a una de las dos
víctimas. La más débil e indefensa. Si el bebé no muere cuando la madre que lo
está gestando es maltratada, su desarrollo
queda seriamente comprometido.
Según
la Asociación
Argentina de Prevención de la Violencia Familiar “una de
las mayores incidencias del maltrato contra la mujer ocurre durante el período
del embarazo, parto y postparto, potenciando el riesgo para madre e hijo/a”. “La
mayoría de las investigaciones coinciden en que entre un 23 a un 60 % de las mujeres
maltratadas relatan el comienzo o incremento de la violencia durante el
embarazo, concentrada sobre todo en el tercer trimestre”. La misma asociación
describe las causas y consecuencias más frecuentes.
Entre las
causas están:
* La crisis
de transformación y transición familiar o de la relación hombre-mujer, que
incrementa el stress, debido a que conlleva obligaciones, responsabilidades y
gastos extras y/o que ha precipitado la legalización de la unión.
* La
frustración sexual al espaciar las relaciones por cuidar un embarazo
problemático, por desinformación o por acción de los mitos que versan sobre el
temor o las fantasías que despierta en el hombre esa “tercera persona”
interpuesta e invisible.
* Los
cambios en la mujer que en ciertos casos la alejan de la actividad sexual por
ensimismarse en su embarazo o por sus malestares: vómitos, mareos, etc.
* La
necesidad de apego infantil insatisfecha en el hombre violento, que con el
embarazo de su mujer se reactiva. Surge el temor al abandono o desapego que
resulta ser el prólogo de la ira o episodio de violencia.
* La
dificultad de desarrollar un rol paterno maduro y protector, dado que es
habitual que el hombre violento haya sido maltratado o testigo de violencia en
su infancia.
* La
posesividad y el control que el hombre violento ejerce sobre su mujer (…) el
abdomen abultado de la mujer se convierte en un blanco de sabotaje a quien se
experimenta como un intruso, un tercero inoportuno, percibido más como
“hermanito/a” que como hijo/a.
* El
control del embarazo por profesionales médicos también exacerba sus celos y
posesividad, pues no tolera que “toquen” o “vean” el cuerpo de la mujer al cual
considera suyo.
* El
rechazo insoportable que le produce la “deformación” del cuerpo de “su” mujer lo
lleva a atacar ese vientre prominente que física y psicológicamente se
interpone.
* La
existencia de violencia previa al embarazo es un elemento predictivo de que haya
una alta probabilidad de que éste no contribuya a modificar tal patrón de
conducta sino a intensificarlo.
* El
llamado “abuso prenatal” también puede darse por querer provocar un aborto
adrede.
* El
desempleo, la familia numerosa, el hacinamiento habitacional, son otros
factores, pero también existen otros en las clases acomodadas: que el embarazo
interfiera en algún proyecto de viaje o trabajo; que la mujer no pueda acompañar
al hombre en determinadas actividades sociales o deportivas en las cuales
necesita su presencia o que actúe como anfitriona; el disgusto o “desprecio
estético” por la esbeltez o silueta “perdida”.
* Las
dificultades de movilidad de la mujer para realizar las tareas habituales y que
las tenga que asumir el hombre.
* La
excesiva juventud de la pareja o su inestabilidad como tal.
* Estilo de
vida asocial o poco saludable: delincuencia, adicciones.
Consecuencias
La agresión
física a una mujer embarazada pueden provocar, entre otros: Aborto, Pérdidas, Hemorragias,
Contracciones prematuras, Ruptura de membranas, Injuria placentaria, Injuria al
miometrio, Rotura de bolsa, Infecciones, Desprendimiento de placenta, Parto
prematuro y Cesárea de urgencia
El bebé
puede sufrir: Muerte, Traumatismos,
Hipoplasia pulmonar, Deformaciones ortopédicas, Anemia, Alteración homeostática,
Hemorragias, Ruptura de órganos, Hipoxia,
Traumatismo craneal, Daño cerebral, Nacimiento prematuro, Bajo peso al
nacer, Menor talla, Menor probabilidad de supervivencia durante el primer año de
vida, etc.
VIOLENCIA
CONTRA EL VARÓN
Martin
S. Fiebert, profesor de Psicología de la Universidad de California, publicó
una bibliografía
anotada en la que se examinan las agresiones de las mujeres a sus
parejas; el estudio concluye que las mujeres
son tan agresivas, o más, que los hombres en sus relaciones de pareja. El
estudio Fiebert facilita los datos, cifras y conclusiones resultantes de 147
investigaciones especializadas, 119 estudios empíricos y 28 exámenes o análisis.
El tamaño de la muestra global de los estudios analizados sobrepasa los 106.000
casos.
Por su parte
la asociación para la Defensa de las Minorías (ADM) ha realizado varias
investigaciones sobre violencia doméstica en Perú. En base a sus trabajos se
puede concluir:
La violencia y la
fortaleza física
Mientras que la mujer
ejerce mayor violencia psicológica contra su pareja, el hombre ejerce mayor
violencia física; si bien la diferencia en cuanto a las agresiones físicas no es
significativa, la brecha se acrecienta respecto al daño físico -son muchas más
las mujeres que sufren daño físico tras la agresión-. Sin embargo son más
las mujeres que infringen daños físicos a sus hijos.
La violencia psicológica
y el nivel educación
En la población con mayor
educación la violencia psicológica es la más preponderante. Un alto porcentaje
de profesionales sufre violencia psicológica por parte de su pareja –sean
hombres o mujeres-.
Los convivientes son más
agresivos que los esposos
En las llamadas “familias
tradicionales”, donde la mujer y el hombre no rivalizan sino que se complementan
a partir de sus características naturales, la violencia es notablemente menor
que en otras formas de convivencia en las que, buscando la “equidad”, los roles
naturales se desdibujan.
La violencia del varón
decrece con la educación, mientras que la de la mujer puede
aumentar
Entre los principales
predictores de violencia dentro del hogar está el bajo nivel educativo del
padre. La violencia se corresponde con un abuso de poder –físico, psicológico,
económico…- y un hombre con bajo nivel educativo canaliza instintivamente sus
agresiones aprovechando su mayor fuerza. Por el contrario un nivel alto de
instrucción en la mujer, le otorga un poder –económico o psicológico- del que
también puede llegar a abusar. A la educación individualista y competitiva que
hombres y mujeres reciben, se suma la ausencia de políticas familiares que le
permitan a la mujer compatibilizar trabajo y hogar, lo que genera un conflicto
en la mujer que puede devenir en formas violentas.
Las agresiones contra el
varón no se registran porque los hombres no hacen la
denuncia
Hay pautas culturales y
normas sociales que inhiben al varón a denunciar actos de agresión contra ellos
(se suele decir que no es de varones ir a quejarse de las agresiones, menos si
lo agredió la mujer). Cuando excepcionalmente el varón va a la comisaría, los
policías se burlan. A la policía se
la capacita para ver el tema de la violencia familiar como un asunto de
violencia contra la mujer.
No se les habla de violencia contra el varón, el problema es
invisibilizado por los programas de capacitación. No hay Comisarías de Violencia
pero hay Comisarías de Mujeres donde se realizan las denuncias de violencia.
Las políticas, programas
y campañas de concientización excluyen al hombre
Los programas sociales
para prevenir la violencia doméstica, se centran en las denuncias, y las
campañas en los medios de comunicación incentivan sólo a las mujeres a denunciar
a sus parejas. Del mismo modo las encuestas sobre violencia doméstica sólo le
preguntan a la mujer
si es víctima de violencia. Con el mismo criterio parcializado
existen organismos estatales como los Consejos o Ministerios de la Mujer pero no
los hay de Promoción de la Familia.
VIOLENCIA EN
PAREJAS LESBIANAS
Hay muchas
asociaciones de homosexuales abocadas exclusivamente a trabajar sobre situaciones de violencia en parejas del
mismo sexo. En Argentina es pionera Desalambrando creada por activistas
lesbianas para la Prevención, Asistencia e Investigación de Violencia Doméstica
entre Lesbianas. Dada la “invisibilización” de la violencia entre lesbianas, la
web de Desalambrando dice que su objetivo es abrir el camino para “salir del
segundo closet”. Recordemos que para un homosexual “salir del closet” es
reconocer públicamente su condición homosexual. Lo segundo que al homosexual le
cuesta reconocer es –según ellos mismos dicen- que sufre violencia por parte de
su pareja. Las causas son reiteradas por las distintas asociaciones –nacionales
o extranjeras- que se ocupan de tema. Realizamos a continuación una síntesis de
sus afirmaciones:
Las mujeres
también pueden ser violentas
Es un mito
que las mujeres no son violentas y que no pueden
causar un daño físico significativo. No obstante se niega la
posibilidad de que haya mujeres maltratadoras u hombres víctimas. Este prejuicio
está muy extendido y afecta en gran medida a los profesionales cuyo trabajo es
clave a la hora de detectar el maltrato doméstico: policías y empleados de los
servicios sanitarios y judiciales. Las definiciones de abuso excluyen
generalmente a las relaciones lesbianas.
Existe la
violencia entre lesbianas
Las
relaciones de maltrato en relaciones íntimas entre lesbianas, son una realidad
mucho más frecuente, y sus consecuencias mucho más terribles, de lo que
suponemos; aunque las cifras son muy difíciles de estimar por la
“invisibilización” de la problemática. Las lesbianas
creen que hacer público que en sus relaciones también existe violencia, sólo
incrementará la condena social. Sin embargo entre lesbianas se dan múltiples
formas de violencia: coerción y abuso económico; violencia psicológica; daños
contra las propiedades personales; violencia física y violencia sexual.
A las
víctimas lesbianas no les creen
Cuando una
mujer heterosexual denuncia un abuso le creen, porque se espera que el hombre
sea el agresor y la mujer la víctima. Pero cuando denuncian
lesbianas se supone que no hay forma de saber quien dice la
verdad. Existe el mito de que las relaciones entre personas del
mismo sexo son más “igualitarias" y que por lo tanto las situaciones de
violencia doméstica entre ellas podrían ser una especie de “combate” equilibrado
entre contendientes “iguales”.
Las mismas
lesbianas no quieren que se les hable de violencia en parejas del mismo sexo,
por lo que es muy difícil la prevención. Los homosexuales
idealizan las relaciones afectivas entre personas del mismo sexo como la panacea
que supera las supuestas diferencias de poder propias de las relaciones entre
personas de sexo distinto.
Los
activistas homosexuales silencian la violencia en las parejas lesbianas
Cierto
activismo gay-lésbico tiene responsabilidad, pues en su intento por amoldarse a
determinados parámetros sociales que los haga “aceptables” dentro de la
sociedad, muchas lesbianas han callado este tipo de situaciones.
En la lucha
por la legalización de sus “derechos” (unión civil, adopción…) se resaltan supuestos valores positivos, en los que
se basarían las relaciones gay-lésbicas y se invisibiliza la posibilidad de que
se den vínculos de maltrato, porque sería “mala prensa”. Hay “silencio
comunitario”. Para muchas activistas lesbianas es mejor ofrecer a la opinión
pública una imagen positiva de sus relaciones. ¿Qué pasaría si a alguien se le
ocurriera decir que no hay nada que garantice que los chicos adoptados por
parejas lesbianas no están libres de presenciar o vivir situaciones de maltrato?
La visión
ideologizada del feminismo excluye a la víctima
lesbiana
El
movimiento feminista que ha trabajado el tema de violencia se ocupó sobre todo
del maltrato en parejas heterosexuales, y esto ha hecho que a las mujeres
lesbianas les sea dificultoso reconocer en su propia vida situaciones de
violencia doméstica. Para el “viejo feminismo” las mujeres no son violentas y
cuando integran la pareja dos mujeres cabe esperar que no se hagan daño. El
patrón hombre-maltratador/mujer-víctima lleva a quienes sufren violencia
doméstica -pero no responden a ese patrón-, a ocultar sus problemas. Negar esa
realidad impide a las víctimas reconocerse a sí mismas como tales, un paso
considerado siempre como imprescindible para intentar
superarla.
4 de junio de 2006
Fuentes:
Desalambrando, revista gay Advocate, Red lésbica De nosotras; Red lésbica
Rompiendo el silencio, AVP (New York City Gay and Lesbian Anti-Violence
Project), Violencia en parejas del mismo sexo por Ignacio
Gallego.
* La
autora es editora del boletín Notivida, responsable de la web www.notivida.org y presidente del Movimiento
Cívico de Mujeres de Argentina.