Las leyes
sobre vida y familia
Discurso
de SS Benedicto XVI al Señor Juan Gómez Martínez, Embajador de
Colombia ante la Santa Sede
9 de febrero de
2007
Señor
Embajador:
1. Me
complace recibir de sus manos las Cartas que lo acreditan como Embajador
Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Colombia ante
la Santa Sede.
Le doy mi más cordial bienvenida a este encuentro con el que
inicia su misión y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así
como el deferente saludo que el Señor Presidente, el Doctor Álvaro Uribe Vélez,
ha querido hacerme llegar por medio de usted, como expresión de la cercanía
espiritual del pueblo colombiano al Papa.
Vuestra
Excelencia viene a representar ante la Santa Sede a una Nación que, a lo
largo de su historia, se ha distinguido por su identidad católica. Sus palabras
me han recordado, y me han permitido comprobar una vez más, el vivo afecto y la
filial devoción de los colombianos al Sucesor de Pedro, como fruto de una
arraigada vivencia de la fe cristiana, y que se manifiesta además en el aprecio
de los fieles hacia los Obispos y sus colaboradores, tratando de mantener las
tradiciones y las virtudes heredadas de los mayores.
2. No pasan
desapercibidos ante el mundo los importantes esfuerzos que su país ha hecho para
buscar la paz y la reconciliación, junto con el empeño por fomentar el progreso
y unas instituciones democráticas más sólidas. Son de alabar los objetivos
alcanzados para una mayor seguridad y estabilidad social, así como en la lucha
contra la pobreza.
También hay que destacar la constante preocupación en materia
de educación, favoreciendo el acceso de todos los ciudadanos a los programas
escolares y universitarios, pues la educación es el cimiento de una sociedad más
humana y solidaria.
No obstante,
como usted ha mencionado, en su país se siguen dando complejas situaciones en el
campo político y social. Conozco los desafíos que entraña el llevar adelante un
diálogo de paz, necesario a pesar de los múltiples escollos que surgen en el
camino. Persisten, además, otros problemas en la sociedad que atentan contra la
dignidad de las personas, la unidad de las familias, un justo desarrollo
económico y una conveniente calidad de vida. Teniendo en cuenta tanto los logros
como las dificultades, animo a todos los colombianos a continuar en sus
esfuerzos para conseguir la concordia y el crecimiento armónico de
la nación.
Estas aspiraciones sólo alcanzan su plena realización cuando
Dios es considerado como el
centro de la vida y de la historia
humana.
3. Por esto
aprecio que Vuestra Excelencia haya subrayado la importante labor de la Iglesia
católica para la reconciliación nacional. En efecto, además de la participación
directa de algunos Obispos, sacerdotes y religiosos en las acciones encaminadas
a construir la paz, su voz ha resonado también en los momentos decisivos de la
vida colombiana, recordando cuáles son las bases insustituibles del verdadero
progreso humano y de la convivencia pacífica, exhortando a los católicos y a los
hombres de buena voluntad a seguir el camino del perdón y de la responsabilidad
común para instaurar la justicia.
4. Como
Pastor de la Iglesia
Universal, no puedo dejar de expresar a Vuestra Excelencia mi
preocupación por las leyes que conciernen a cuestiones muy delicadas como la
transmisión y defensa de la vida, la enfermedad, la identidad de la familia y el
respeto del matrimonio. Sobre estos temas, y a la luz de la razón natural y de
los principios morales y espirituales que provienen del Evangelio, la Iglesia
católica seguirá proclamando sin cesar la inalienable grandeza de la dignidad
humana. Es necesario apelar también a la responsabilidad de los laicos presentes
en los órganos legislativos, en el Gobierno y en la administración de la
justicia, para que las leyes expresen siempre los principios y los valores que
sean conformes con el derecho natural y que promuevan el auténtico bien
común.
5. El inicio
de su misión ante la Santa
Sede me ofrece también la oportunidad de recordar lo que ya
dije el mes pasado en mi discurso al
Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede. Al
hablar sobre varios países, me referí “en particular a Colombia, donde el largo
conflicto interno ha provocado una crisis humanitaria, sobre todo por lo que se
refiere a las personas desplazadas. Se deben hacer todos los esfuerzos
necesarios para pacificar el país, para devolver las personas secuestradas a sus
familias, para volver a dar seguridad y una vida normal a millones de personas.
Esas señales darían confianza a todos, incluso a los que han estado implicados
en la lucha armada” (8 enero 2007).
Es mi
ardiente deseo que en su país se ponga fin a este cruel flagelo de los
secuestros, que atentan de manera tan grave a la dignidad y a los derechos de
las personas. Acompaño con mi oración a quienes se hallan injustamente privados
de la libertad y expreso mi cercanía a sus familias, confiando en su pronta
liberación.
A este
respecto, las numerosas instituciones dedicadas a la caridad, siguiendo los
proyectos pastorales de la Conferencia Episcopal y
de las diócesis, están llamadas a prestar asistencia humanitaria a los más
necesitados, especialmente a los desplazados, tan numerosos en Colombia, así
como a las víctimas de la
violencia. De este modo dan también testimonio del esfuerzo de
la Iglesia que, siempre en el marco de su propia misión y en las circunstancias
que vive la nación, es artífice de comunión y de
esperanza.
6. Al
terminar este encuentro, deseo manifestarle nuevamente mis anhelos de que en su
Patria se consolide la paz tan anhelada, así como la reconciliación. Ruego a
Dios Padre que haga fructificar todos los esfuerzos realizados con este fin.
Invoco también la intercesión de Nuestra Señora del
Rosario de Chiquinquirá sobre el querido pueblo colombiano,
sobre el Señor Presidente y los demás gobernantes, y especialmente sobre Vuestra
Excelencia y su distinguida familia, deseándole un gran acierto en el
cumplimiento de la alta misión que le ha sido confiada.
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