EUTANASIA
CEC 549, 1007, 1503,
1523, 2276-2279
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos
del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y
de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante,
no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36),
sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn
8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas
sus servidumbres humanas.
1007 La muerte es el final de la vida terrena.
Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos,
envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la
muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia
a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos
pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término
nuestra vida:
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, ... mientras
no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es
quien lo dio (Qo 12, 1. 7).
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus
numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo
maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de
Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de
perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y
cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia
todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me
visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha
cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los
cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención
dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1523 Una preparación para el último tránsito. Si
el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren
enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto
de salir de esta vida" ("in exitu viae constituti"; Cc. de Trento: DS 1698), de
manera que se la llamado también "sacramentum exeuntium" ("sacramento de los que
parten", ibid.). La Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y
a la resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la
última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del
Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos
había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al
término de nuestra vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la Casa
del Padre defendiéndose en los últimos combates (cf ibid.: DS
1694).
2276 Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o
debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o
disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea
posible.
2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la
eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas,
enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable.
Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la
intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio
gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios
vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe
no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir
siempre.
2278 La interrupción de tratamientos médicos onerosos,
peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser
legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el ‘encarnizamiento
terapéutico’. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder
impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene
competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales,
respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del
paciente.
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los
cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente
interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del
moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente
conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como
medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados
paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por
esta razón deben ser alentados.