EN LA FAMILIA SE JUEGA EL
FUTURO DE LA HUMANIDAD
DISCURSO DE SS JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE EL SALVADOR
Queridos hermanos en el Episcopado:
1. Siento una gran alegría al recibiros esta mañana
durante la visita «ad limina» con la que renováis los vínculos de comunión de
vuestras Iglesias particulares con el Obispo de Roma. Os saludo a todos con
mucho afecto y os pido que os hagáis intérpretes de mi estima y cercanía al
querido pueblo salvadoreño, al que servís con amor, generosidad y entrega,
teniendo presente el testimonio del apóstol Pablo en su servicio a la comunidad
de Corinto :«Me gastaré y desgastaré totalmente por vuestras almas» (2 Co
12,15).
Agradezco las palabras que me ha dirigido monseñor
Fernando Sáenz Lacalle, Arzobispo de San Salvador y Presidente de la Conferencia
Episcopal, para renovarme vuestra adhesión y hacer presente el espíritu con el
que ejercéis vuestro ministerio pastoral. Por mi parte, correspondo
manifestándoos mi aprecio por la obra que, con la ayuda de Dios y la
colaboración de tantos servidores del Evangelio, lleváis a cabo en vuestras
diócesis.
2. En las Relaciones que habéis presentando y en los
encuentros que he mantenido con cada uno de vosotros he visto el proceso que
lleva a cabo la Iglesia en vuestra Nación. Al concluir mi segunda visita
pastoral, os decía al despedirme: «Me voy con una gran confianza en el futuro de
esta amada tierra; vivid a la luz de la fe, con el vigor de la esperanza y la
generosidad del amor fraterno» (Discurso en el aeropuerto de San Salvador
8.2.1996, 5). Tenía presentes las aspiraciones y esperanzas de ese querido
pueblo al que pude conocer y apreciar más profundamente; un pueblo que había
sufrido los duros años de una guerra fratricida, de la que felizmente había
salido y que estaba asumiendo con decisión el camino del propio desarrollo, para
construir un futuro sereno y solidario para sus hijos, que aman y desean la paz.
¡Seguid acompañando a vuestro pueblo como ministros
de la reconciliación, para que la grey que os ha sido encomendada, superando las
dificultades del pasado, avance por los caminos de la concordia y el amor
sincero entre todos, sin excepción! Sabéis bien que el futuro del País se debe
construir en la paz, cuyo fruto es la justicia (cf. St 3,18). Siguiendo esa
senda, no se desvanecerán tantos esfuerzos realizados tras la firma de los
Acuerdos de Paz de 1992, con los que se puso fin a aquellos terribles años de
guerra interna. Ayudad a construir una sociedad que favorezca la concordia, la
armonía y el respeto por la persona y cada uno de sus derechos fundamentales.
Con vuestra palabra, valiente y oportuna, y teniendo siempre presentes las
exigencias del bien común debéis animar a todos, empezando por los responsables
de la vida política, administrativa y judicial de la Nación, a promover mejores
condiciones de vida, de trabajo o de vivienda.
3. Son bien conocidas la laboriosidad, la fuerza
moral y el espíritu de sacrificio de los salvadoreños ante las adversidades. Lo
han demostrado con ocasión del huracán Mitch y de los dos terremotos que, con el
intervalo de un mes, han padecido al comienzo de este año. En dichas ocasiones
me apresuré a manifestar mi cercanía, pidiendo solidaridad y ayuda para los
dammificados por esas terribles desgracias naturales que han reducido a
condiciones precarias la existencia de muchos salvadoreños y han dañado tantas
estructuras materiales.
Si bien es cierto que las ayudas externas son
necesarias, dada la magnitud del fenómeno, se ha de tener presente que los
mismos salvadoreños, con las ricas cualidades que les distinguen, han de ser los
protagonistas y artífices principales de la reconstrucción del país,
comprometiéndose, con su esfuerzo y su tesón a superar esa situación tan
difícil, agravada, entre otras causas, por la pobreza extrema de muchos, el
desempleo, o la falta de vivienda digna. En esta tarea, es de destacar la acción
de Caritas, que pretende dar una respuesta ante estas necesidades.
4. Como objetivo principal de vuestra labor pastoral
os proponéis impulsar y vivificar la evangelización. En efecto, una de las
funciones más importantes del obispo es acrecentar la fe de los fieles, haciendo
madurar en ellos las enseñanzas del Evangelio mediante la predicación íntegra
del misterio de Cristo, para que puedan así glorificar a Dios y seguir la vía
hacia la felicidad eterna (cf. Christus Dominus, 12).
En nuestro tiempo, en el que los medios modernos
difunden continuamente noticias muy diversas y el corazón y la mente se sienten
atraídos por tantas novedades, es menester dar a la Palabra de Dios y a su
anuncio el lugar primordial y privilegiado que le corresponde. Cuando el
creyente acoge a Jesucristo y su Palabra, poniéndola en práctica, es cuando de
verdad alcanza su plenitud, como Pedro confiesa ante Jesús: «Señor, ¿a dónde
vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Por eso, es de
capital importancia que nunca decaiga el ministerio de la predicación, la
catequesis y la enseñanza, para que todos los fieles «tengan vida y la tengan en
abundancia» (Jn, 10,10).
El anuncio de la Palabra tiene un relieve especial
cuando se proclama dentro de la liturgia, porque Cristo «está presente en su
palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura» (Sacrosanctum Concilium, 7). No obstante, como la acción de la
Iglesia no se agota en la liturgia, hay que anunciar la Palabra con
perseverancia y por todos los medios para que el mensaje de salvación llegue
tanto a los creyentes como a los no creyentes. Los medios de comunicación social
de los que hoy se dispone para comunicar han de ser utilizados también para
evangelizar y catequizar, con el fin de aprovechar su enorme potencial para
cumplir mejor el mandato de Jesús de hacer llegar la Buena Nueva a todas las
criaturas (cf. Mc 16, 15). Os animo, pues, a potenciar dichos medios a vuestro
disposición y ponerlos al servicio de la difusión del Evangelio. Con ellos, el
mensaje de salvación puede alcanzar a todos, en las más diversas circunstancias
y en los lugares de más difícil acceso.
5. Colaboradores directos del Obispo son los
presbíteros, que, en su nombre presiden las distintas comunidades de la Iglesia
particular, las alimentan con el Pan de la Palabra y de la Eucaristía, celebran
los Sacramentos y por su cercanía a todos han de ser imagen y expresión de la
presencia viva de Jesucristo, Buen Pastor, en medio de su pueblo. Para poder
vivir con alegría y serenidad el misterio que les fue confiado en la ordenación
sacerdotal, han de custodiar con todo celo e intensidad la gracia que les fue
concedida. Por ello, debéis animar siempre a vuestros sacerdotes a ser hombres
de oración asidua y frecuente, pues «en la plegaria se desarrolla ese diálogo
con Cristo, que nos convierte en sus íntimos» (Novo millennio ineunte, 32), nos
hace penetrar en el profundo misterio de Dios y llena de esperanza la existencia
ante los retos del momento presente, que para el sacerdote revisten
frecuentemente una especial intensidad.
El sacerdote debe estar disponible para todos, saber
escuchar, acompañar el crecimiento en la fe de sus hermanos y ser fuente de
consuelo para los atribulados y afligidos, siendo en todo momento testigo de los
valores del Reino, pues ha de estar dispuesto a ofrecer muchas renuncias para
que resalte lo esencial frente a lo efímero. En definitiva, ser y presentarse
siempre como lo que es, ministro de Jesucristo y de su gracia.
El estrecho vínculo que une al sacerdote con su
obispo exige que estéis siempre cercanos y atentos a cada uno de ellos, para que
os vean como verdaderos padres y maestros. Desde el carisma de vuestro
ministerio episcopal ayudadlos en todas sus necesidades, animadlos a perseverar
en el camino de la auténtica santidad sacerdotal y de la caridad pastoral.
Ofrecedles los medios más adecuados para poder continuar su formación y
desarrollar aquellas virtudes necesarias para su estado y para enfrentarse con
serenidad y valentía a las dificultades que se les puedan presentar.
6. Preocupados por el número de personal dedicado a
la misión, sé que os esforzáis en promover y seguir con atención la pastoral
vocacional, tan necesaria para el desarrollo de la vida de la Iglesia. En este
camino, lo primero es el recurso a la oración asidua, pues es el mismo Señor el
que nos manda pedirle que envíe nuevos operarios a su mies (cf.Mt 9,38). Además,
es necesario organizar una efectiva pastoral de las vocaciones, amplia y
capilar, en las parroquias, movimientos, colegios y familias, de modo que los
jóvenes conozcan los valores y exigencias del Reino de Dios y puedan responder
cuando se les pide la total entrega de sí y de las propias fuerzas a la causa
del Evangelio.
A este respecto, es también importante el testimonio de vida
de los sacerdotes y de los consagrados, testimonio que ha de ser tan radical y
elocuente que mueva a otros, jóvenes y menos jóvenes, a querer seguir ese
camino, al estilo de lo que indicaba san Pablo: «Sed mis imitadores, como yo lo
soy de Cristo» (1 Co 11,1).
7. La celebración de la Eucaristía, en un mundo
tantas veces aquejado por divisiones y desequilibrios, consolida la comunión y
la esperanza, es fuente de armonía y paz, y hace que todos se sientan miembros
de una misma familia donde a cada uno se le reconoce su dignidad. Por ello, se
ha de promover la práctica dominical, pues en el proceso de fortalecimiento de
la fe, la Eucaristía es el momento privilegiado para el encuentro con Jesucristo
vivo. Teniendo presente que la Misa dominical debe ser compromiso y práctica
constante de todos los fieles, no dejéis de empeñaros junto con vuestros
sacerdotes en promover este aspecto tan importante de la vida eclesial, como
recomendé en la Carta apostólica «Dies Domini» (cf. capítulo II). Más
recientemente he señalado también que se ha de dar «un realce particular a la
Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día
del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana»
(Novo millennio ineunte, 35).
En la vida eclesial de vuestra nación, como ponéis de
relieve en las Relaciones quinquenales, está muy extendida la devoción
eucarística y señaláis cómo en casi todas las parroquias se celebra,
particularmente el jueves, la adoración del Santísimo Sacramento. Me complace
que se conserve esta práctica entre los fieles, pues de esta manera no sólo se
proclama abiertamente la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía sino
que se incrementa la unión y la confianza en Aquél que prometió estar con los
suyos «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
8. Una de las urgencias de nuestro tiempo, como he
destacado en la Carta apostólica «Novo millennio ineunte», es la atención a la
familia, pues se constata una «crisis generalizada y radical de esta institución
fundamental» (n. 47), a causa de las graves amenazas que hoy atentan contra
ella: las rupturas matrimoniales, la plaga del aborto, la mentalidad
anticoncepcional, la corrupción moral, las infidelidades y violencias
domésticas, factores que ponen en peligro la familia, célula fundamental de la
sociedad y de la Iglesia.
En el matrimonio, elevado por el Señor a la dignidad
de Sacramento, no sólo se expresa el gran misterio del amor esponsal de Cristo a
su Iglesia (cf. Ef 5,32), sino que, según el plan de Dios, el hombre y la mujer
realizan la vocación conyugal y colaboran con Él en la creación. Una sólida
preparación de quienes se preparan a contraer matrimonio y un seguimiento de los
hogares cristianos hará que se puedan ofrecer ejemplos convincentes de cómo debe
ser la familia y su papel insustituible en la sociedad y en la Iglesia. Por
ello, se ha de formar a los jóvenes llamados al matrimonio, así como a las
familias ya constituidas, para que venzan las presiones de una cultura opuesta
al matrimonio y a la institución familiar, de modo que vivan según el plan de
Dios y las verdaderas y genuinas exigencias del hombre y de la mujer. La
humanidad se juega mucho con la institución familiar, llegando hasta hipotecar
su futuro si no se la defiende y promueve adecuadamente. No se puede ceder ante
modas y teorías que, bajo una apariencia de falsa modernidad y progreso, después
se vuelven contra el hombre y crean tantas víctimas, empezando por los propios
hijos o los mismos cónyuges abandonados.
9. Los laicos están llamados a
desempeñar un papel de suma importancia ante los retos que plantean el presente
y el futuro de El Salvador. En la medida en que los laicos cristianos vivan cada
vez más abiertos a la presencia y a la gracia en lo profundo de su corazón serán
más capaces de ofrecer a sus hermanos el testimonio de una vida renovada,
tendrán la libertad y la fuerza de espíritu necesarias para transformar las
relaciones sociales y la sociedad misma según los designios de Dios.
Para hacer presente en medio del mundo los valores del Evangelio, los
cristianos necesitan estar firmemente enraizados en el amor de Dios y en la
fidelidad a Cristo. Por ello, quiero exhortaros a intensificar los esfuerzos en
la formación de un laicado adulto, que colabore activamente en la vida y misión
de la Iglesia; en este sentido son útiles organismos, como el Instituto Superior
de Catequesis, en San Salvador, para la preparación adecuada de los catequistas.
En esta labor de formación, os animo igualmente a que prestéis una particular
atención a los jóvenes que, por su situación, se encuentran expuestos más
fácilmente a los peligros y a las seducciones de caminos fáciles e ilusorios.
Presentadles en toda su autenticidad y riqueza los altos ideales de la vida y de
la espiritualidad cristiana, para que aprendan los valores y pautas de
comportamiento más aptos para afrontar los retos del presente.
10. Al
concluir este encuentro deseo expresaros mi gratitud por el trabajo incansable
que desarrolláis en todos los ámbitos de la acción pastoral. Os aliento a
continuar con renovada esperanza la tarea de conducir al Pueblo de Dios que
tenéis confiado hacia la meta de la patria celestial mediante el ejercicio de
vuestro ministerio apostólico, brindando también así un excelente servicio a
toda la comunidad nacional. Transmitid también mi saludo afectuoso y mi
bendición a todos vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y demás fieles,
especialmente a los que colaboran con mayor dedicación en la obra de la
evangelización y a quienes sufren por cualquier causa y que, por ello, ocupan un
lugar particular en el corazón del Papa. En estos días se celebra la fiesta de
Nuestra Señora Reina de la Paz, patrona de El Salvador. Al invocar su maternal
protección, le pido que interceda por la santidad de todos los fieles, por el
bienestar de las familias y la prosperidad de vuestro País en justicia y en paz,
a la vez que imparto a todos de corazón la Bendición
Apostólica.
Roma 22 de noviembre de
2001