Amadísimos miembros de la Academia pontificia para la
vida:
1. La celebración de vuestra
asamblea me ofrece la ocasión de dirigiros con alegría mi saludo, expresándoos
mi aprecio por el intenso empeño con el que la Academia para la vida se dedica
al estudio de los nuevos problemas, sobre todo en el campo de la bioética.
Doy las gracias en particular al presidente, profesor
Juan de Dios Vial Correa, por las amables palabras de saludo que me ha dirigido,
así como al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, diligente y valioso en su
entrega a la tarea que se le ha confiado. Saludo también con afecto a los
miembros del consejo directivo y a los relatores de esta importante
reunión.
2. En los trabajos de vuestra asamblea habéis querido
afrontar, en un programa articulado y denso de reflexiones complementarias entre
sí, el tema de la investigación biomédica, afrontándolo desde el punto de vista
de la razón iluminada por la fe. Es una perspectiva que no restringe el campo de
observación, sino que más bien lo amplía, porque la luz de la Revelación ayuda a
la razón para lograr una comprensión más plena de lo que es propio de la
dignidad del hombre. ¿No es el hombre quien, como científico, promueve la
investigación? A menudo el hombre es también el sujeto en el que se realiza la
experimentación. En cualquier caso, es siempre él el destinatario de los
resultados de la investigación biomédica.
Es un hecho reconocido por todos que los adelantos de
la medicina en la curación de las enfermedades depende prioritariamente de los
progresos de la investigación. En particular, es sobre todo de este modo como la
medicina ha podido contribuir de manera decisiva a derrotar epidemias letales y
a afrontar con éxito graves enfermedades, mejorando notablemente, en grandes
zonas del mundo desarrollado, la duración y la calidad de la
vida.
Todos, creyentes y no creyentes, debemos rendir
homenaje y expresar nuestro sincero apoyo a este esfuerzo de la ciencia
biomédica, que no sólo nos permite conocer mejor las maravillas del cuerpo
humano, sino que también favorece un nivel digno de salud y de vida para las
poblaciones del planeta.
3. La Iglesia católica quiere expresar también su
gratitud a los numerosos científicos dedicados a la investigación en el ámbito
de la biomedicina. En efecto, muchas veces el Magisterio les ha solicitado su
ayuda para la solución de delicados problemas morales y sociales, recibiendo una
colaboración convencida y eficaz.
Quisiera recordar aquí, en particular, la invitación
que el Papa Pablo VI dirigió, en la encíclica Humanae vitae, a los
investigadores y científicos, para que dieran su contribución "al bien de la
familia y del matrimonio", tratando de "aclarar más profundamente las diversas
condiciones favorables a una honesta regulación de la procreación humana" (n.
24). Es una invitación que hago mía, subrayando su permanente actualidad, que se
ha acentuado debido a la creciente urgencia de encontrar soluciones "naturales"
para los problemas de infertilidad conyugal.
Yo mismo, en la encíclica Evangelium vitae, pedí a
los intelectuales católicos que estuvieran presentes en los ambientes
privilegiados de la elaboración cultural y de la investigación científica, para
promover en la sociedad una nueva cultura de la vida (cf. n. 98). Precisamente
con esta perspectiva instituí vuestra Academia pontificia para la vida, con la
tarea de "estudiar, informar y formar en lo que atañe a las principales
cuestiones de biomedicina y derecho, relativas a la promoción y a la defensa de
la vida, sobre todo en las que guardan mayor relación con la moral cristiana y
las directrices del magisterio de la Iglesia" (Motu Proprio Vitae mysterium,
4).
Por consiguiente, en el ámbito de la investigación
biomédica, la Academia para la vida puede constituir un punto de referencia y de
iluminación no sólo para los investigadores católicos, sino también para cuantos
deseen trabajar en este sector de la biomedicina para el bien verdadero de todo
hombre.
4. Renuevo, por tanto, mi apremiante llamamiento para
que la investigación científica y biomédica, evitando cualquier tentación de
manipulación del hombre, se dedique con tesón a explorar caminos y recursos para
el apoyo de la vida humana, la curación de las enfermedades y la solución de los
problemas siempre nuevos en el ámbito biomédico. La Iglesia respeta y apoya la
investigación científica, cuando tiene una orientación auténticamente
humanística, evitando toda forma de instrumentalización o destrucción del ser
humano y manteniéndose libre de la esclavitud de los intereses políticos y
económicos. La Iglesia, al proponer las orientaciones morales indicadas por la
razón natural, está convencida de que presta un valioso servicio a la
investigación científica, ordenada a la consecución del bien verdadero del
hombre. Desde esta perspectiva, recuerda que no sólo los objetivos, sino también
los métodos y los medios de la investigación deben ser siempre respetuosos de la
dignidad de todo ser humano, en cualquier etapa de su desarrollo y en toda fase
de la experimentación.
Hoy, tal vez más que en otros tiempos, dado el enorme
desarrollo de las biotecnologías también experimentales en el hombre, es
necesario que los científicos sean conscientes de los límites insuperables que
la tutela de la vida, de la integridad y de la dignidad de todo ser humano
impone a su actividad de investigación. He hablado muchas veces de este tema,
porque estoy convencido de que callar ante ciertos resultados o pretensiones de
la experimentación en el hombre no le está permitido a nadie, y mucho menos a la
Iglesia, a la que la historia y quizá los mismos cultivadores de la ciencia
podrían imputarle mañana su posible silencio.
5. Deseo dirigir, en especial, unas palabras de
aliento a los científicos católicos para que, con competencia y profesionalidad,
den su contribución en los sectores donde es más urgente una ayuda para la
solución de los problemas que afectan a la vida y la salud de los
hombres.
Mi llamamiento se dirige, en particular, a las
instituciones y a las universidades que llevan el título de "católicas", para
que se esfuercen por estar siempre a la altura de los valores ideales que han
propiciado su origen. Hace falta un verdadero movimiento de pensamiento y una
nueva cultura de perfil ético elevado y de valor científico irreprensible, para
promover un progreso auténticamente humano y efectivamente libre en la misma
investigación.
6. Es necesaria una última observación: crece la
urgencia de colmar la gravísima e inaceptable brecha que separa el mundo en vías
de desarrollo del mundo desarrollado, en lo que atañe a la capacidad de realizar
la investigación biomédica, en beneficio de la asistencia sanitaria y en apoyo
de las poblaciones afectadas por la miseria y por desastrosas epidemias. Pienso,
de modo especial, en el drama del sida, particularmente grave en muchos países
de África.
Es preciso tomar conciencia de que dejar a esas
poblaciones sin los recursos de la ciencia y de la cultura no sólo significa
condenarlas a la pobreza, a la explotación económica y a la falta de
organización sanitaria, sino también cometer una injusticia y alimentar una
amenaza a largo plazo para el mundo globalizado. Valorar los recursos humanos
endógenos quiere decir garantizar el equilibrio sanitario y, en definitiva,
contribuir a la paz del mundo entero. La exigencia moral relativa a la
investigación científica biomédica se abre así necesariamente a un discurso de
justicia y de solidaridad internacional.
7. Deseo que la Academia pontificia para la vida, que
se dispone a iniciar su décimo año de vida, acoja este mensaje y lo transmita a
todos los investigadores, creyentes y no creyentes, contribuyendo también de
este modo a la misión de la Iglesia en el nuevo milenio.
En apoyo de este especial servicio, tan querido para
mi corazón y tan necesario para la humanidad de hoy y del futuro, invoco sobre
vosotros y sobre vuestro trabajo la ayuda constante de Dios y la protección de
María, Sede de la Sabiduría. Como prenda de luces celestiales, os imparto de
buen grado a vosotros y a vuestros familiares y compañeros de trabajo la
bendición apostólica.