DISCURSO DEL
SANTO PADRE JUAN PABLO II
Al
RECIBIR LAS CARTAS CREDENCIALES DE CARLOS LUIS CUSTER, EMBAJADOR ARGENTINO ANTE LA SANTA
SEDE
28/02/04
Señor Embajador:
1. Me es grato recibirle al hacerme entrega de las
Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y
Plenipotenciario de la Republica de la Argentina ante la Santa Sede, en este
acto que me ofrece también la oportunidad de expresarle mi cordial bienvenida y,
a la vez, los mejores deseos para el desempeño de la alta responsabilidad que su
Gobierno le ha encomendado.
Agradezco las amables palabras que me ha dirigido, en
las cuales se hace portavoz del propósito del Presidente de la Nación, Doctor
Néstor Kirchner, y de su Gobierno, de promover las relaciones tanto con esta
Sede Apostólica como con la Iglesia local, en la perspectiva de tantos objetivos
comunes y de largo alcance.
Le ruego que transmita al Señor Presidente mi cordial
saludo y le haga presente mi aprecio y cercanía al pueblo argentino, que ha dado
y continua dando tantas muestras de afecto y adhesión al Sucesor de
Pedro.
2. Me satisface constatar las buenas relaciones
diplomáticas entre la Nación Argentina y la Santa Sede, basadas en el respeto y
estima mutuos, la voluntad de cooperación leal desde la autonomía de las propias
competencias y la búsqueda del bien común integral de las personas y los
pueblos. Además de un cauce institucional privilegiado, son como un reflejo de
los lazos históricos y espirituales que unen al pueblo argentino, de hondas
raíces católicas, con la Cátedra de Pedro.
Precisamente este año se conmemora una de las
manifestaciones más significativas del espíritu cristiano de los argentinos,
como fue la inauguración del monumento a Cristo Redentor entre las cumbres
andinas que colindan con Chile. Si entonces fue expresión de la confianza en la
ayuda divina para solucionar graves escollos para la vida patria, la solemnidad
con la cual hoy se celebra el centenario es un grato motivo de esperanza, pues
hace revivir aquella gozosa fe y proyecta hacia el futuro el compromiso de
seguir favoreciendo los valores inspirados en el Evangelio y que contribuyen
decididamente a construir una sociedad más pacífica, solidaria y
reconciliada, en la cual se intente siempre mejorar las condiciones de vida de
todos los ciudadanos sin excepción.
3. En el marco de estas relaciones, que se proponen
el bien integral de un mismo pueblo, la Iglesia aporta lo que es propio de su
misión, contribuyendo así también al bienestar de las naciones. Alienta el amor
al prójimo, que a su vez es fuente segura de auténtico desarrollo, promueve
actitudes fraternas, que son fundamento sólido de toda convivencia pacífica, o
inculca en las conciencias el riguroso respeto de la dignidad innata de la
persona y de los derechos humanos, base de un orden social verdaderamente
justo.
Argentina es testigo singular de los frutos que
conllevan unas relaciones cordiales en los diversos ámbitos y un espíritu de
colaboración entre la Iglesia y las naciones. En unas ocasiones para llevar a
buen término, por el camino del diálogo y el entendimiento, espinosas cuestiones
que ponen en peligro el inestimable valor de la paz. En otras, para aminorar los
factores externos que influyen en graves coyunturas económicas, sin por ello
dejar de alentar a quienes las padecen a que desarrollen su gran capacidad de
trabajo e imaginación para superarlas, sin eludir responsabilidades ni escatimar
esfuerzos.
En este contexto, no se puede olvidar la ingente
labor de tantas personas e instituciones católicas que han servido y sirven a la
sociedad argentina en los más diversos campos, como la cultura y la educación,
la promoción y cuidado de los más necesitados o, incluso, del trabajo y las
diversas formas de participación al bien común de la
Nación.
Muchas de estas formas de cooperación al bien común
del país adquieren especial relieve precisamente en los momentos difíciles,
cuando por diversos motivos aumenta la incertidumbre, crece la necesidad o
escasea la esperanza. Por eso, proteger y ayudar a las instituciones que llevan
a cabo tareas humanitarias o de promoción humana y social son medidas propias de
un poder público clarividente y comprometido con el bien de todos los
ciudadanos.
4. En cumplimiento de su misión, la Iglesia no cesa
en su esfuerzo por invitar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a
construir una sociedad basada en valores fundamentales e irrenunciables para un
orden nacional e internacional digno del ser humano.
Uno es ciertamente el valor de la vida humana misma,
sin el cual no sólo se quebranta el derecho de cada ser humano desde el momento
de su concepción hasta su término natural, y que nadie puede arrogarse la
facultad de violar, sino que se cercena también el fundamento mismo de toda
convivencia humana. En efecto, cabe preguntarse qué sentido tiene el esfuerzo
por mejorar las formas de convivir, si no se garantiza el vivir mismo. Es
preciso, pues, que este valor sea custodiado con esmero, atajando prontamente
los múltiples intentos de degradar, más o menos veladamente, el bien primordial
de la vida convirtiéndolo en mero instrumento para otros
fines.
Otro pilar de la sociedad es el matrimonio, unión de
hombre y mujer, abierto a la vida, que da lugar a la institución natural de la
familia. Ésta no sólo es anterior a cualquier otro orden más amplio de
convivencia humana sino que lo sustenta, al ser en sí misma un tejido primigenio
de relaciones íntimas guiadas por el amor, el apoyo mutuo y la solidaridad. Por
eso la familia tiene derechos y deberes propios que ha de ejercer en el ámbito
de su propia autonomía. Atañe a las legislaciones y a las medidas políticas de
sociedades más amplias, según el principio de subsidiaridad, la tarea de
garantizar escrupulosamente estos derechos y de ayudar a la familia en sus
deberes cuando éstos sobrepasan su capacidad de cumplirlos sólo con sus
medios.
Sobre estos aspectos, me parece oportuno recordar que
el legislador, y el legislador católico en particular, no puede contribuir a
formular o aprobar leyes contrarias a "las normas primeras y esenciales que
regulan la vida moral", expresión de los más elevados valores de la persona
humana y procedentes en última instancia de Dios, supremo legislador (cf. A
los gobernantes, parlamentarios y políticos, 4 noviembre 2000, n.
4).
5. Es preciso recordar esto en un momento en que no
faltan intentos de reducir el matrimonio a mero contrato individual, de
características muy diversas a las que son propias del matrimonio y de la
familia, y que terminan por degradarla, como si fuera una forma de asociación
accesoria dentro del cuerpo social. Por eso, tal vez más que nunca, las
autoridades públicas han de proteger y favorecer la familia, núcleo fundamental
de la sociedad, en todos sus aspectos, sabiendo que así promueven un desarrollo
social justo, estable y prometedor.
Argentina ha sido y es particularmente sensible a
estos aspectos, sabiendo que se trata de cuestiones en las que se decide el
futuro de toda la humanidad. Por eso deseo expresar agradecimiento por los
esfuerzos realizados en favor del matrimonio y la familia en ocasión de algunos
foros internacionales, invitando al mismo tiempo a proseguir en esta
trayectoria.
6. Le reitero, Señor Embajador, mis mejores deseos al
frente de la Embajada de su País ante la Santa Sede, y ruego a Nuestra Señora de
Luján, tan cercana a los argentinos, que le ilumine en su trabajo como cauce de
la cordialidad entre el Papa y esa noble Nación. A Ella le pido también que
aliente el esfuerzo de las Autoridades y de los ciudadanos por construir una
sociedad más próspera, ecuánime y abierta a los valores del espíritu,
contribuyendo así no sólo al bien de la propia patria, sino también al de los
pueblos hermanos del cono sur americano y de toda la comunidad
internacional.
Con estos deseos, a la vez que le deseo una feliz
estancia en Roma, le imparto la Bendición Apostólica, que extiendo a su
distinguida familia y a sus
colaboradores.