ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA
COMUNICADO DE LA VI ASAMBLEA
GENERAL
11-14 de febrero de
2000
1. De acuerdo con la encíclica
Evangelium vitae, reafirmamos nuestra convicción de que "el hombre está llamado
a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia
terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. (...) El
evangelio del amor de Dios al hombre, el evangelio de la dignidad de la persona
y el evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio" (n. 2). Este
evangelio debe ser anunciado a todos los hombres y a todas las mujeres, para que
puedan amar la vida de todo ser humano y fortalecer su conciencia sobre la
necesidad de la defensa de la vida, también durante la experiencia terrena,
desde la fecundación hasta la muerte natural.
2. Analizando el debate internacional de estos últimos cinco
años, reconocemos la gran actualidad de la encíclica, en la que la Iglesia
presenta su posición de condena con respecto a una serie de atentados contra la
vida humana, como son la anticoncepción, la esterilización, el aborto, la
procreación artificial, la producción de embriones humanos, sujetos a
manipulación o a destrucción, y la eutanasia. Hoy cada vez más exigen una
vigilancia social y jurídica, puesto que se tiende a darles el carácter de
derechos positivos.
3. La característica peculiar de
nuestro tiempo no consiste sólo en el asesinato del hombre inocente, pues se ha
perpetrado desde la antigüedad, sino, lo que es aún más grave, en la
legalización, en determinadas circunstancias, de ese delito, como si fuera "un
derecho". No sorprende, por tanto, que precisamente con respecto a la ley surjan
las controversias más graves y dramáticas (cf. ib., 72). La historia reciente
permite comprobar, como ha afirmado el Santo Padre, que "existen hechos que
demuestran cada vez con mayor claridad cómo las políticas y las legislaciones
contrarias a la vida están llevando a las sociedades hacia la decadencia moral,
demográfica y económica. Por tanto, el mensaje de la encíclica no sólo puede
presentarse como verdadera y auténtica indicación para la renovación moral, sino
también como punto de referencia para la salvación civil" (Discurso de Juan
Pablo II a los participantes en el encuentro de estudio y reflexión con motivo
del V aniversario de la encíclica Evangelium vitae, n. 3: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 25 de febrero de 2000, p.
7).
Nosotros, los académicos, nos
encontramos en plena sintonía con lo que afirmó el Santo Padre: "Así pues,
no tiene razón de ser esa mentalidad abandonista que lleva a considerar que las
leyes contrarias al derecho a la vida -las leyes que legalizan el aborto, la
eutanasia, la esterilización y la planificación de los nacimientos con métodos
contrarios a la vida y a la dignidad del matrimonio- son inevitables y ya casi
una necesidad social. Por el contrario, constituyen un germen de corrupción de
la sociedad y de sus fundamentos. La conciencia civil y moral no puede aceptar
esta falsa inevitabilidad, del mismo modo que no acepta la idea de la
inevitabilidad de las guerras o de los exterminios interétnicos"
(ib.).
4. Por otro lado, constatamos que
si, por una parte, existen países, incluso con grandes recursos económicos,
donde se han legalizado formas de supresión de la vida humana, también existen
otros muchos países en los que esas leyes han sido rechazadas por la conciencia
popular; y hay asimismo otros donde se siente una creciente oposición hacia
tales leyes. Es tarea primaria de los intelectuales, cristianos y no cristianos,
particularmente de los juristas y los políticos, conocer la vicisitud del
derecho a la vida, más precisamente en el ámbito jurídico-legal, descubrir las
tendencias culturales profundas, prever las evoluciones posibles y hacer que las
leyes reflejen la justicia con respecto a la vida
humana.
5. Recordamos el deber y el
derecho de la Iglesia a anunciar y proponer públicamente los principios de la
vida moral y social que se inspiran en el Evangelio y en la tradición
bimilenaria del cristianismo. Mientras que ese deber brota del mandato que
Cristo mismo dio a su Iglesia, el correspondiente derecho representa la
expresión de una libertad religiosa y política otorgada a los fieles por una
justa sociedad democrática y encuentra un reconocimiento codificado en casi
todos los concordatos firmados entre los Estados y la Iglesia; ese derecho no
puede entenderse sólo genéricamente, sino que se extiende hasta abarcar la
materia de los derechos humanos y sociales, el primero de los cuales es el de la
tutela y promoción de la vida humana.
Por eso, como nos recuerda el Papa, "es
preciso usar todos los medios posibles para eliminar el delito legalizado, o al
menos para limitar el daño de esas leyes, manteniendo viva la conciencia del
deber radical de respetar el derecho a la vida desde la concepción hasta la
muerte natural de todo ser humano, aunque sea el último y el menos dotado. (...)
La modificación de las leyes tiene que ir precedida y acompañada por la
modificación de la mentalidad y las costumbres a gran escala, de modo capilar y
visible. En este ámbito, la Iglesia ha de hacer todo lo posible, sin aceptar
negligencias o silencios culpables" (ib., nn. 4 y
6).
6. Así pues, como afirma con razón
el Sumo Pontífice, ""a todos los miembros de la Iglesia, pueblo de la vida y
para la vida, dirijo mi más apremiante invitación para que, juntos, ofrezcamos a
este mundo nuestro nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la
justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana, para
la edificación de una auténtica civilización de la verdad y del amor"
(Evangelium vitae, 6). Vida, verdad, amor: palabras que entrañan
sugerencias estimulantes para el compromiso humano en el mundo. Están enraizadas
en el mensaje de Jesucristo, que es camino, verdad y vida, pero también están
grabadas en el corazón y en las aspiraciones de todos los hombres y mujeres"
(Discurso citado, n. 2).
Encontramos signos de esta esperanza
segura en algunos continentes donde la familia, aun en medio de dificultades,
sigue viviendo su ideal y educando a los jóvenes (los líderes políticos del
futuro) en los valores imprescindibles de la vida. Otros signos de esperanza se
hallan en aquellas constituciones, legislaciones y convenciones nacionales e
internacionales que buscan promover y defender la vida humana en toda su
existencia y en su propio ambiente, con la conciencia, aunque sólo sea
implícita, de que "no es posible construir el bien común sin reconocer y tutelar
el derecho a la vida (...). Sólo el respeto a la vida puede fundamentar y
garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la
democracia y la paz" (Evangelium vitae, 101).
Asimismo, encontramos otros signos de
esperanza en el diálogo entablado entre católicos y no católicos sobre la
defensa del derecho a la vida y la dignidad de toda persona. Estos signos de
esperanza, que el Espíritu Santo sigue suscitando en los hombres de buena
voluntad, dan certeza, serenidad y fuerza también a las denuncias que renovamos
contra la cultura de la muerte.
7. Asumimos la urgencia y la
dificultad de este compromiso, conscientes de que el cristiano está llamado a
actuar en el mundo concreto de hoy: un mundo incierto y cambiante, tentado
de sacrificar la trascendencia por la inmanencia, y los valores supremos por el
bienestar, e inclinado a refugiarse en el convencionalismo pragmático y
utilitarista, en vez de atenerse a la verdad y a la razón. Pero nuestra
esperanza, además de fundarse en la ayuda del Señor de la vida, también radica
en la convicción de que el valor sagrado de la vida humana puede ser reconocido
igualmente en la ley natural, escrita en el corazón del hombre, cuyo olvido está
en el origen de la "trágica ofuscación de la conciencia colectiva" (ib.,
70).
8. De acuerdo con la enseñanza
evangélica (cf. Mt 13, 24-30), la coexistencia del grano bueno con la cizaña es
una experiencia históricamente ineliminable durante la existencia temporal del
hombre. Pero este hecho, lejos de inducir a la tentación de una resignación
negativa y estéril o de un fácil conformismo a la mentalidad dominante,
fortalece nuestra responsabilidad de cristianos en la Iglesia y en la sociedad,
y nos lleva a buscar las ocasiones de reflexión y diálogo con todos los que
reconocen que el auténtico progreso de la sociedad se funda en la salvaguardia
incondicional del bien fundamental de la vida humana. En particular, como dice
el Santo Padre, "existe otro campo muy amplio del compromiso en favor de la
defensa de la vida en el que la comunidad de los creyentes puede mostrar su
iniciativa: es el ámbito pastoral y educativo, sobre el que trata la
cuarta parte de la encíclica, dando orientaciones concretas para la edificación
de una nueva cultura de la vida" (Discurso citado, n.
5).
En el alba del nuevo milenio, como
creyentes y como miembros de la Academia pontificia para la vida, sentimos el
deber que incumbe a la Iglesia de anunciar a los hombres y a las mujeres, con
valiente fidelidad, la verdad plena del evangelio de la vida, que está en el
centro del mensaje de Jesús (cf. Evangelium vitae, 1). Nos unimos con
gratitud a la persona de Su Santidad Juan Pablo II, a cuya enseñanza confirmamos
nuestra plena y filial adhesión, y, encomendándonos a la protección de María,
Virgen y Madre del Verbo encarnado, renovamos nuestro compromiso total al
servicio de la vida de todo ser
humano.