ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA
VIDA
COMUNICADO FINAL DE LA X ASAMBLEA
GENERAL
"LA
DIGNIDAD DE LA PROCREACIÓN HUMANA
Y LAS
TECNOLOGÍAS REPRODUCTIVAS.
ASPECTOS
ANTROPOLÓGICOS Y ÉTICOS"
21 de
febrero de 2004
1. Este año, en el que
se cumple el X aniversario de su fundación, la Academia pontificia para la
vida ha dedicado las tareas de su asamblea general a un tema de gran actualidad
y de fuerte impacto social, que queda bien expresado en el título de la
reunión: "La dignidad de la procreación humana y las tecnologías
reproductivas. Aspectos antropológicos y éticos".
2. Han transcurrido ya más de
veinticinco años desde el nacimiento de la primera niña originada por un
procedimiento de fecundación in vitro. Se calcula que, tras ella y hasta
hoy, han nacido en todo el mundo más de un millón de niños obtenidos mediante
ese mismo proceder. Durante estos años, el recurso a las técnicas de
reproducción asistida ha conocido una progresiva difusión por muchos países,
impulsando a los gobiernos de muchas naciones a elaborar normas legislativas
específicas que regulen las complejas técnicas vinculadas al empleo de estos
procedimientos.
Aunque ciertamente la
investigación científica en este sector ha atraído crecientes recursos humanos y
económicos con el propósito de hacer más "eficaces" las técnicas de reproducción
artificial (ARTs), no ha conseguido, sin embargo, un incremento sustancial de la
tasa de niños nacidos por ciclo de tratamiento. Esa tasa sigue siendo tan baja
que, si se diera en otros tratamientos médicos, sería interpretada como señal
clara de una eficiencia técnica muy pobre. Por otra parte, en el caso de la
reproducción artificial, una cifra tan baja de éxitos, además de representar un
dato estadístico de ineficacia técnica, a menudo tiene como triste consecuencia
mucho sufrimiento y desilusión por parte de las parejas que ven frustradas sus
esperanzas de llegar a ser padres. Y, por desgracia, este dato estadístico
negativo está trágicamente vinculado a una enorme pérdida de embriones humanos,
dado que las mayores dificultades operativas que siguen presentándose en las
ARTs se refieren precisamente al proceso de anidación y al desarrollo ulterior
del embrión.
3. Hay que señalar que la
intervención de la medicina en el ámbito de la procreación se emprendió bajo la
égida de una benéfica "curación de la esterilidad", dirigida a muchas parejas
afectadas por esa condición y movidas por un sincero deseo de ser padres. Por
otra parte, los datos hoy disponibles demuestran que aumenta el porcentaje de
parejas estériles, sobre todo en la sociedad occidental, lo que traslada a la
ciencia el arduo deber de identificar las causas de la esterilidad y de buscarle
remedio. Esa finalidad original ha ido cambiando con el paso del tiempo. Por un
lado, ese cambio se manifiesta en un planteamiento por decirlo así
autocomplaciente que, ante el elevado número de casos de esterilidad de causa
indeterminada y sin preocuparse de agotar las investigaciones diagnósticas y
clínicas, establece el apresurado recurso a las ARTs como única forma de
tratamiento útil. Por otro lado, se vislumbra en el horizonte un fenómeno
todavía más inquietante: nos referimos a la instalación progresiva de una
nueva mentalidad, según la cual el recurso a las ARTs podría representar, con
respecto a la vía "natural", el proceder directo y preferencial de traer al
mundo un hijo, pues por medio de esas técnicas es posible ejercer un "control"
más eficaz de la calidad del concebido para ajustarla a los deseos de quien lo
encarga.
Todo ello contribuye a considerar
al hijo obtenido mediante las ARTs como si fuera un "producto", cuyo valor
depende en realidad de su "buena calidad", sometida a exigentes controles y
cuidadosamente seleccionada. La consecuencia dramática de esta nueva actitud es
la eliminación sistemática de aquellos embriones humanos que resultan carentes
de la calidad considerada suficiente de acuerdo con parámetros y criterios
inevitablemente cuestionables.
No faltan, por desgracia,
iniciativas científicas y legislativas que contemplan la producción, mediante
las ARTs, de embriones humanos para ser "utilizados" exclusivamente con fines de
experimentación -lo que equivale a su destrucción, transformándolos así en
objetos de laboratorio, víctimas sacrificiales predestinadas a ser
inmoladas en aras de un progreso científico que ha de perseguirse "a toda
costa".
4. A la luz de todo ello, la
Academia pontificia para la vida, de acuerdo con su finalidad institucional,
siente el deseo y, a la vez, la responsabilidad de ofrecer a la comunidad
eclesial y a la sociedad civil su contribución de reflexión, a fin de presentar
a la atención de todas las personas de buena voluntad cuán alta es la dignidad
de la procreación humana y de sus significados
intrínsecos.
5. La venida a la existencia
de cada nuevo ser humano, considerada en sí misma, es siempre un don y una
bendición: "Pues don del Señor son los hijos, su gracia es el fruto del
seno" (Sal 126, 3).
Por consiguiente, todo hombre,
desde el primer momento de su vida, es signo tangible del amor fiel de Dios a la
humanidad, es la imagen viviente del "sí" del Creador a la historia de los
hombres, una historia de salvación que se cumplirá en la plena comunión con él,
en la alegría de la vida eterna.Cada ser humano es, desde su concepción, una
unidad de cuerpo y alma, posee en sí mismo el principio vital que lo llevará a
desarrollar todas sus potencialidades, no sólo biológicas, sino también
antropológicas.
Por ello, la dignidad -que es
dignidad de persona humana- de un hijo, de todo hijo, independientemente de las
circunstancias concretas en las que se inicia su vida, sigue siendo un bien
intangible e inmutable, que exige ser reconocido y tutelado, tanto por los
individuos cuanto por la sociedad en su conjunto.
Entre todos los derechos
fundamentales que todo ser humano posee desde el momento de su concepción, el
derecho a la vida representa ciertamente el derecho primario, por cuanto
constituye la condición de posibilidad para la subsistencia de todos los otros
derechos. Sobre esa base, todo ser humano, sobre todo si es débil y no
autosuficiente, debe recibir una adecuada tutela social frente a toda forma de
ofensa o violación sustanciales de su integridad físico-psíquica.
6. Precisamente esta dignidad
inalienable de persona, que pertenece a todo ser humano desde el primer momento
de su existencia, exige que su origen sea consecuencia directa de un gesto
humano y personal adecuado: solamente el recíproco don de amor esponsal de
un varón y una mujer, expresado y realizado en el acto conyugal, en el respeto
de la unidad inseparable de sus significados unitivo y procreador, representa el
contexto digno para el surgir de una nueva vida humana. Esta verdad, desde
siempre enseñada por la Iglesia, encuentra su plena correspondencia en el
corazón de todo hombre, como subrayan las recientes palabras de Juan Pablo
II: "Emerge cada vez más el vínculo imprescindible de la
procreación de una nueva criatura con la unión esponsal, por la cual el esposo
se convierte en padre a través de la unión conyugal con la esposa y la esposa se
convierte en madre a través de la unión conyugal con el esposo. Este plan del
Creador está inscrito en la misma naturaleza física y espiritual del
hombre y de la mujer y, como tal, tiene valor universal" (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la X asamblea general
de la Academia pontificia para la vida, 21 de febrero de 2004, n.
2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de febrero
de 2004, p. 3).
7. Recalcamos, por tanto, la
firme convicción de que las ARTs, lejos de ser una terapia real para la
esterilidad de la pareja, representan un modo no digno de originarse una nueva
vida humana, cuyo comienzo dependería en gran parte de la acción técnica de
terceras personas externas a la pareja y que se realizaría en un contexto
totalmente separado del amor conyugal. Al recurrir a las ARTs, los esposos no
participan, de hecho, en la concepción del nuevo hijo mediante el acto conyugal,
esto es, con el don recíproco, a la vez corporal y espiritual, de sus personas.
El Papa ha querido expresar esta verdad con las siguientes palabras: "El
acto con el que el esposo y la esposa se convierten en padre y madre a través de
la entrega recíproca total los hace cooperadores del Creador al traer al mundo
un nuevo ser humano, llamado a la vida para la eternidad. Un gesto tan rico, que
trasciende la misma vida de los padres, no puede ser sustituido por una mera
intervención tecnológica, de escaso valor humano y sometida a los determinismos
de la actividad técnica e instrumental" (ib.).
8. En las aplicaciones de las
ARTs, tal como hoy se practican, se dan, más allá de estas razones de principio,
algunas circunstancias concretas que agravan el juicio ético negativo que ellas
merecen. Entre esas circunstancias, queremos recordar sobre todo el enorme
número de embriones humanos que se pierden o que son destruidos a consecuencia
de estos procedimientos, y que constituye una verdadera "matanza de inocentes"
de nuestro tiempo: ninguna guerra o catástrofe ha causado nunca tantas
víctimas. A su lado, están también los embriones que, por razones diversas,
terminan por ser crioconservados; cuando son abandonados por quienes los han
encargado, "quedan expuestos a una suerte absurda, sin posibilidad de
ofrecerles vías de supervivencia seguras y alcanzables lícitamente"
(Congregación para la doctrina de la fe, Donum vitae II, 5).
Toda ulterior reflexión sobre este
punto, y en particular en torno al problema de la posibilidad (teórica o real)
de una eventual adopción prenatal de estos embriones "supernumerarios",
exigiría, por lo demás, un análisis profundo de los datos científicos y
estadísticos pertinentes, no disponibles todavía en la bibliografía. En
consecuencia, la Academia pontificia para la vida ha concluido que es prematuro
afrontar directamente el problema dentro de la presente asamblea.
Además, conviene subrayar que la
realización y la mejora de las ARTs, cuya tasa de eficacia es objetivamente muy
baja, exigen la inversión de importantes recursos sanitarios y económicos, que
han de sustraerse a las necesidades de atención de otras enfermedades mucho más
graves y difundidas, de las que frecuentemente depende la supervivencia misma de
enteros grupos humanos. Por otra parte, en el caso de la modalidad
"heteróloga" de las ARTs (es decir, en los casos en que se recurre a la donación
de gametos procedentes de sujetos ajenos a la pareja), estamos en presencia de
un ulterior elemento que agrava el juicio ético ya negativo. De hecho, la unidad
conyugal de la pareja es ofendida y violada por la presencia de una tercera
persona (en ocasiones también de una cuarta), que será en realidad el verdadero
progenitor biológico del hijo encargado. Con ello se viola el derecho del
neoconcebido a tener por padres a un varón y a una mujer, de los que ha de
originarse su propia estructura biológica y que han de tomar a su cargo de modo
estable el cuidado de su desarrollo y su educación.
Consideramos, en cambio,
moralmente lícita la aplicación, siempre que sean necesarias y eficaces, de las
intervenciones técnicas que puedan facilitar, sin reemplazarlo, el acto conyugal
realizado naturalmente o que puedan ayudarlo a alcanzar sus objetivos naturales
(cf. ib., 6).
9. Para una pareja de esposos
que desean encontrar "en el hijo una confirmación y una realización plena de su
donación recíproca", (ib., 2), la esterilidad puede constituir
indudablemente un motivo real de mucho sufrimiento y fuente de ulteriores
problemas. No cabe duda de que tal deseo es, en sí mismo, totalmente legítimo y
signo afirmativo de un amor conyugal que quiere crecer y ser completo en todas
sus expresiones. Sin embargo, conviene que el comprensible y lícito "deseo de un
hijo" no se transforme en un pretendido "derecho al hijo", incluso "a toda
costa". Nadie puede pretender un derecho a la existencia de otro hombre, pues de
ser así, este último quedaría situado en un plano de inferioridad axiológica con
respecto al que invoca ese derecho. En realidad, el hijo no puede considerarse
un "objeto del deseo" que ha de conseguirse a toda costa, sino un regalo muy
valioso que, llegue cuando llegue, ha de acogerse con amor. Los esposos están
llamados a crear todas las condiciones necesarias, a través de su recíproco don
de amor conyugal, para que pueda iniciarse una nueva vida, pero no pueden
lícitamente determinar ese inicio mediante el encargo de "producirla" en
el laboratorio, a manos de técnicos que nada tienen que ver con la pareja misma.
Nos parece, más bien, que deben
acogerse con gran interés y apoyarse todos los esfuerzos que la medicina moderna
pueda poner en marcha para intentar la curación de las diversas formas de
esterilidad conyugal, como el mismo Pontífice ha recordado: "Deseo
estimular las investigaciones científicas destinadas a la superación natural de
la esterilidad de los cónyuges, y quiero exhortar a los especialistas a poner a
punto las intervenciones que puedan resultar útiles para este fin. Lo que se
desea es que, en el camino de la verdadera prevención y de la auténtica terapia,
la comunidad científica -esta llamada se dirige en particular a los científicos
creyentes- obtenga progresos esperanzadores" (Discurso a los participantes en la X asamblea general
de la Academia pontificia para la vida, 21 de febrero de 2004, n.
3). Como confirmación de la sinceridad de estos deseos, queremos recordar que,
durante esta asamblea general de la Academia pontificia para la vida, se han
presentado algunos programas concretos, de notable interés científico, para el
tratamiento de algunas formas de esterilidad de la pareja.
De todas formas, el don de la
fecundidad conyugal debe concebirse de modo mucho más amplio que su mera
dimensión de fertilidad biológica. El amor esponsal, como manifestación concreta
del amor de Dios a la humanidad, está llamado siempre a amar, servir,
defender y promover la vida humana (cf. Evangelium vitae, 29) en todas sus
dimensiones, también cuando de hecho no pueda generarla biológicamente. Por
ello, sintiéndonos profundamente cercanos a las parejas de esposos que todavía
no han conseguido encontrar en la medicina una solución a su esterilidad, los
animamos fraternalmente a expresar y realizar su fecundidad conyugal, poniéndose
con generosidad al servicio de las numerosas situaciones humanas necesitadas de
amor y de coparticipación. Entre ellas merecen una mención particular los
institutos sociales para la adopción y el apoyo familiar, para los cuales
deseamos normativas jurídicas cada vez más adecuadas para asegurar las debidas
garantías y, al mismo tiempo, la conveniente celeridad de las gestiones
burocráticas.
10. Queremos reservar este
último punto para referirnos a la cuestión del papel de los parlamentarios
católicos ante las leyes injustas promulgadas en el campo de las ARTs.
Nos declaramos en plena sintonía
con la norma moral general, afirmada por la doctrina católica, según la cual una
ley intrínsecamente injusta, que viola abiertamente la dignidad de la vida
humana -como es el caso, por ejemplo, de la legalización del aborto o de la
eutanasia-, debe encontrar en los creyentes una oposición firme mediante el
recurso a la objeción de conciencia. Para un católico nunca es lícito "ni
participar en una campaña de opinión a favor de una ley así, ni darle el
sufragio del propio voto" (ib., 73).
Sin embargo, la misma ratio
de la norma obliga a preguntarse qué modalidades de acción pueden considerarse
moralmente lícitas, en el caso en el que el voto parlamentario de uno o más
católicos resultase determinante para derogar (total o parcialmente) una ley
injusta ya en vigor, o para apoyar una nueva formulación de ella que limite sus
aspectos perversos. En ese contexto, dar el propio voto -después de haber
manifestado públicamente la personal y firme desaprobación de los elementos
inicuos de esa misma ley- resulta éticamente justificable, con vistas a obtener
en aquel momento el mayor bien posible o la máxima reducción del daño. De hecho,
el parlamentario católico, en tales circunstancias, sería moralmente responsable
sólo de los efectos que se derivan de la derogación (total o parcial) de dicha
ley, mientras que el mantenimiento en vigor de los elementos perversos sería
imputable únicamente a los que los han querido y apoyado.
Por lo demás, conviene recordar
que toda persona tiene, hic et nunc, el deber moral de hacer todo el bien
concretamente posible; y es innegable que eliminar o disminuir un mal
constituye, de por sí, un bien.
11. En conclusión, la
Academia pontificia para la vida desea invitar una vez más a todos los hombres
de buena voluntad a considerar la altísima y singular dignidad de la procreación
humana, en la que se expresa a su nivel más alto el amor creador de Dios y se
realiza del modo más pleno la comunión interpersonal de los esposos. Que el
ingenio humano y la capacidad técnico-científica se pongan a su servicio, para
el bien de los esposos y de sus hijos, sin pretender jamás sustituir o suplantar
esa dignidad.