PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA
DECLARACIÓN FINAL DE
LA XII ASAMBLEA
GENERAL
SOBRE EL EMBRIÓN HUMANO EN LA FASE DE LA
PREIMPLANTACIÓN
Con ocasión de su XII asamblea general, la Academia pontificia para la vida ha
celebrado un congreso internacional sobre
el tema: "El embrión humano en la fase de la preimplantación.
Aspectos científicos y consideraciones bioéticas". Al final de
los trabajos, la Academia pontificia para la vida desea ofrecer a la comunidad
eclesial y a la sociedad civil en su conjunto algunas consideraciones sobre lo
que fue objeto de su reflexión.
1. A nadie escapa que gran parte
del debate bioético contemporáneo, sobre todo durante los últimos años, se ha
centrado en la realidad del embrión humano, ya sea considerado en sí mismo ya en
relación a la actuación de los demás seres humanos con respecto a él. Eso se
explica bien teniendo en cuenta que las múltiples implicaciones (científicas,
filosóficas, éticas, religiosas, legislativas, económicas, ideológicas, etc.)
vinculadas a estos ámbitos acaban inevitablemente por catalizar diferentes
intereses, así como por atraer la atención de quienes buscan un obrar ético
auténtico.
Por eso, resulta ineludible afrontar una cuestión
fundamental: "¿Quién o qué es el embrión humano?", para
poder derivar de una respuesta fundada y coherente a esa pregunta criterios de
acción que respeten plenamente la verdad integral del embrión mismo.
Con
ese fin, según una correcta metodología bioética, es necesario ante todo dirigir
la mirada a los datos que pone a nuestra disposición la ciencia más actualizada,
permitiéndonos conocer con gran detalle los diversos procesos a través de los
cuales un nuevo ser humano inicia su existencia. Esos datos deberán ser
sometidos luego a la interpretación antropológica, con el fin de poner de
relieve sus significados y sus valores emergentes, a los cuales, por último, es
preciso hacer referencia para derivar las normas morales del obrar concreto, de
la praxis operativa.
2. Así pues, a la luz de los logros más
recientes de la embriología se pueden establecer algunos puntos esenciales
reconocidos universalmente:
a) El momento que marca el inicio
de la existencia de un nuevo "ser humano" está constituido por la penetración
del espermatozoide en el oocito. La fecundación impulsa toda una serie de
acontecimientos articulados y transforma la célula huevo en "cigoto". En la
especie humana entran dentro del oocito el núcleo del espermatozoide (incluido
en la cabeza) y un centríolo (el cual desempeñará un papel decisivo en la
formación del huso mitótico en el acto de la primera división celular); la
membrana plasmática queda fuera. El núcleo masculino sufre profundas
modificaciones bioquímicas y estructurales que dependen del citoplasma ovular y
que van a predisponer la función que el genoma masculino comenzará
inmediatamente a desarrollar. En efecto, se asiste a la descondensación de la
cromatina (inducida por factores sintetizados en las últimas fases de la
ovogénesis) que hace posible la transmisión de los genes paternos.
El
oocito, después del ingreso del espermatozoide, completa su segunda división
meyótica y expulsa el segundo glóbulo polar, reduciendo su genoma a un número
haploide de cromosomas con el fin de reconstituir, juntamente con los cromosomas
llevados desde el núcleo masculino, el cariotipo característico de
la especie.
Al mismo tiempo, lleva a cabo una "activación" desde el punto
de vista metabólico con vistas a la primera mitosis.
Siempre es el
ambiente citoplasmático del oocito el que lleva al centríolo del espermatozoide
a duplicarse, constituyendo así el centrosoma del cigoto. Ese centrosoma se
duplica con vistas a la constitución de los microtúbulos que compondrán el huso
mitótico.
Los dos set cromosómicos encuentran el huso mitótico ya
formado y se disponen en el ecuador en posición de metafase. Siguen las demás
fases de la mitosis y al final el citoplasma se divide y el cigoto da vida a los
primeros dos blastómeros.
La activación del genoma embrional
es probablemente
un proceso gradual. En el embrión unicelular humano ya son
activos siete genes; otros se expresan en el paso de la fase de cigoto a la de
dos células.
b) La biología, y más en particular la embriología,
proporcionan la documentación de una dirección definida de
desarrollo: eso significa que el proceso está "orientado" -en el
tiempo- en la dirección de una progresiva diferenciación y adquisición de
complejidad y no puede retroceder a fases ya recorridas.
c) Otro punto ya adquirido con las primerísimas fases del
desarrollo es el de la "autonomía" del nuevo ser en el proceso de
autoduplicación del material genético.
d) También están
estrechamente relacionados con la propiedad de la "continuidad" las
características de "gradualidad" (el paso, necesario en el tiempo, de una
fase menos diferenciada a la más diferenciada) y de "coordinación" del
desarrollo (existencia de mecanismos que regulan en un conjunto unitario el
proceso de desarrollo). A estas propiedades -al inicio casi olvidadas en el
debate bioético- cada vez se les da mayor importancia en los últimos tiempos, a
causa de los logros positivos que la investigación ofrece sobre la dinámica del
desarrollo embrional incluso en la fase de "mórula" que precede a la formación
del blastocito. El conjunto de estas tendencias constituye la base para
interpretar el cigoto ya como un "organismo" primordial (organismo monocelular)
que expresa coherentemente sus potencialidades de desarrollo a través de una
continua integración primero entre los diversos componentes internos y luego
entre las células a las que da lugar progresivamente. La integración es tanto
morfológica como bioquímica. Las investigaciones que se están llevando a cabo
desde hace ya algunos años no hacen más que aportar nuevas "pruebas" de estas
realidades.
3. Esos logros de la embriología moderna necesitan ser
sometidos al análisis de la interpretación filosófico-antropológica para poder
percibir los grandes valores que todo ser humano, aunque sea en la fase
embrional, lleva consigo y expresa. Por consiguiente, se trata de afrontar la
cuestión fundamental del status moral del embrión.
Es sabido que,
entre las diversas propuestas hermenéuticas presentes en el debate bioético
actual, se han indicado varios momentos del desarrollo embrional humano a los
cuales unir la atribución al mismo de un status moral, a menudo aduciendo
razones fundadas en criterios "extrínsecos" (es decir, partiendo de factores
externos al embrión mismo). Pero ese modo de proceder no es idóneo para
identificar realmente el status moral del embrión, dado que todo posible
juicio acaba por basarse en elementos totalmente convencionales y arbitrarios.
Para poder formular un juicio más objetivo sobre la realidad del embrión
humano y, por tanto, deducir indicaciones éticas, es preciso más bien tomar en
cuenta criterios "intrínsecos" al embrión mismo, comenzando precisamente por los
datos que el conocimiento científico pone a nuestra disposición. A partir de
ellos se puede afirmar que el embrión humano en la fase de la preimplantación
es: a) un ser de la especie humana; b) un ser individual;
c) un ser que posee en sí la finalidad de desarrollarse en cuanto persona
humana y a la vez la capacidad intrínseca de realizar ese desarrollo.
¿De todo ello se puede concluir que el embrión humano en la fase de la
preimplantación ya es realmente una persona? Es obvio que, tratándose de una
interpretación filosófica, la respuesta a esta pregunta no es de "fe definida" y
permanece abierta, en cualquier caso, a ulteriores consideraciones.
Con
todo, precisamente a partir de los datos biológicos de los que se dispone,
consideramos que no existe ninguna razón significativa que lleve a negar que el
embrión es persona ya en esta fase. Naturalmente, eso presupone una
interpretación del concepto de persona de tipo substancial, es decir, referida a
la misma naturaleza humana en cuanto tal, rica en potencialidades que se
expresarán a lo largo de todo el desarrollo embrional y también después del
nacimiento.
En apoyo de esta posición, conviene observar que la teoría
de la animación inmediata, aplicada a todo ser humano que viene a la existencia,
resulta plenamente coherente con su realidad biológica (así como en
"substancial" continuidad con el pensamiento de la Tradición). "Porque tú mis
riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias
por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma
conocías cabalmente", dice el Salmo (Sal 139, 13-14), refiriéndose a la
intervención directa de Dios en la creación del alma de todo nuevo ser humano.
Además, desde el punto de vista moral, por encima de cualquier
consideración sobre la personalidad del embrión humano, el simple hecho de estar
en presencia de un ser humano (y sería suficiente incluso la duda de encontrarse
en su presencia) exige en relación con él el pleno respeto de su integridad y
dignidad: todo comportamiento que de algún modo pueda constituir una
amenaza o una ofensa a sus derechos fundamentales, el primero de los cuales es
el derecho a la vida, ha de considerarse gravemente inmoral.
Para
concluir, deseamos hacer nuestras las palabras que el Santo Padre Benedicto XVI pronunció en
su discurso a nuestro congreso: "El amor de Dios no hace diferencia entre
el recién concebido, aún en el seno de su madre, y el niño o el joven o el
hombre maduro o el anciano. No hace diferencia, porque en cada uno de ellos ve
la huella de su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). No hace diferencia,
porque en todos ve reflejado el rostro de su Hijo unigénito, en quien "nos ha
elegido antes de la creación del mundo (...), eligiéndonos de antemano para ser
sus hijos adoptivos (...), según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1,
4-6)" (Discurso a los participantes en la asamblea general de
la Academia pontificia para la vida y al Congreso internacional sobre "El
embrión humano en la fase de la preimplantación", 27 de
febrero de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 3 de marzo de 2006, p. 4).